Mi sangre en palabras.
Ríos de tinta que sueños surcaban,
Muertes, recuerdos, batallas
Y un lugar donde narrarlas

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Historias de enfermería - Entreacto primero

 
Ahora que estoy monopolizando el blog para dejar a un lado la escritura por pura escritura y que lo estoy usando para acercaros mis vivencias en el hospital pienso que toda buena historia debe comenzarse por el principio.
 
En la introducción de esta saga de entradas os hablé de mi profesión, os introduje algunas de las historias que después os he contado y algunas que vendrán en su momento. Os adelanté algunos de los sentimientos que me ocasionan los casos que llevo, y algunos de los objetivos que he llevado en mente cuando atendía a personas en mis prácticas y que aún forman parte de mi filosofía de vida. Sin embargo, me deje otra cosa, tal vez tanto o más importante, por decir.
 
Puede ser que algunos de vosotros estéis ya cansados de este tipo de entradas o incluso que nunca hayan llegado a gustaros, en ese caso os pido perdón y os aseguro que volveré a intercalar otras entradas entre las dedicadas a mis vivencias entre robos de pijamas de la UCI. Esta entrada no va a tener demasiado de escabroso precisamente, por si queréis leerla de todas formas.
 
A los que sí os gusten, u os resulten más bien indistintas, creo que ya va siendo hora de que pare por un momento de relataros mis historias y os comente el por qué se ha escrito en mi vida este guión, cuáles fueron mi motivaciones para hacer lo que muchos me tacharon de estupidez y yo ahora defino como uno de los mayores aciertos de mi vida.
 
Hace ya unos cuantos años, siendo yo aún un imberbe, llegó un momento en el que me quedé mirando mi solicitud de la universidad. En ella figuraba como primera opción medicina, y como segunda enfermería. Y el mensaje que me acababa de llegar me confirmaba que me había quedado a las puertas en la primera adjudicación de medicina, y tenía plaza reservada en enfermería.
 
En ese momento, yo sólo tendría que haber seguido en la playa para estar ahora mismo cerca de ser médico, como muchos pensaban que iba a estar (entre ellos sinceramente yo). Sin embargo, y por primera vez desde que vi a mi hermana entrar en medicina y me enamoré de esa profesión a través de sus relatos, me planteé si realmente ese era el trabajo que yo buscaba.
 
Tenía clara la especialidad que querría, una cirugía. ¿La razón? El puro ego, entre otras. Quería salvar vidas, ni más ni menos. La verdad es que como objetivo a corto plazo no se puede decir que sea algo pequeño. Pero comencé a sentir que realmente no haber entrado en la carrera que yo buscaba era algo positivo, era una segunda oportunidad para pensármelo, y para preguntar. Y pregunté.
 
Hablé con enfermeros y hablé con médicos. Contrasté opiniones. Y fue precisamente la opinión de una médico a la que quiero muchísimo, la misma que me hizo interesarme por su profesión, la que logró que me acabase decidiendo por la mía. Lo único que necesité fue una frase: los enfermeros son los que están con los pacientes.
 
No os voy a mentir, los que me conozcan sabrán que soy de inicio tímido, aunque poco a poco he mejorado bastante en ese aspecto. Sin embargo, también saben que una vez me suelto lo que de verdad me gusta es tratar con las personas. Cuando mi hermana me definió la profesión con esa frase me di cuenta de que yo podía acabar valiendo para ella, por muy creído que suene. Y que probablemente, si me encontraba con una muralla administrativa que me sobrecargase y me obligase a dedicar no más de cinco minutos a cada paciente, sin saberlo no sería feliz.
 
Con el tiempo, las prácticas me han dado la razón. He pasado mis días a pie de cama (para lo bueno y para ser con el que se desahoguen en ocasiones), y he aprendido mucho más de lo que me habrían enseñado en diez carreras en las aulas. Me he encontrado profesionales de todos los tipos, incluyendo médicos en los que he visto a mi posible yo, buscando tiempo de donde no había para dedicarlo a visitar a sus pacientes una segunda vez en el turno, bromeando con ellos y sabiendo qué tema de conversación sacarle a cada uno, pero sin poder darles más porque tenía que volver al despacho a seguir buscando la forma de curarles.
 
No me mal entendáis los médicos que pueda ser que me leáis. Vuestra profesión es maravillosa y lo creo y lo expreso. Pero mi vida me ha llevado a un camino distinto en el que para ayudar justamente dónde tengo que estar es fuera del despacho, junto a la cama de cada paciente.
 
Muchos han intentado durante mucho tiempo, y desgraciadamente aún lo consiguen, enfrentar a dos profesiones que son independientes pero que a la vez se complementan y que se necesitan entre sí. Porque no se cura sin cuidados, y los cuidados solos no curan. Tal vez mi generación, de tantos médicos y enfermeros amigos desde la facultad, consiga acabar con tontas disputas y los pacientes sean los que salgan ganando, en vez de los políticos que nos siguen bajando el sueldo y culpándonos de las listas de espera y otros males.
 
Mi motivación, al fin y al cabo, no es otra que la de ayudar a mis pacientes. A los que vendrán y a los que ya han venido, de algunos de los cuales ya os he hablado y de otros aún os tengo que contar.

viernes, 6 de diciembre de 2013

Historias de enfermería - 4

 
Llevo un tiempo de descanso desde la última entrada, así que vengo con fuerzas para escribir otra de mis historias. Como os prometí la última vez, la que os traigo esta semana tiene un final distinto.
 
Esta historia tuvo lugar en el mismo lugar que la anterior, la UCI de trauma. Es curioso que un lugar donde los pacientes no hablan y que pasan la mayor parte del tiempo inconscientes sea fuente de tantas historias personales.
 
El protagonista de esta cuarta historia es un hombre con familia, un futuro y muchas ganas de hacer muchas cosas. La razón de que estuviese ingresado era que su casa había ardido cuando su familia estaba dentro. Él salió llevándose a su hijo, y su mujer salvando a su hija. Sin embargo, con las prisas y el humo no pudo ver que su hija había salido de la casa por lo que volvió a entrar a buscarla.
 
Cuando llegó al hospital tenía quemaduras en el 45% de su cuerpo. Por supuesto, además del riesgo de infección de toda quemadura, el paciente tuvo que ser sedado e intubado para que sobreviviese a las quemaduras. Durante muchos días vi llegar cada mañana a su mujer, con las puntas de las orejas y las manos vendadas, para visitar a su marido y quedarse junto a él hablando todo el tiempo de la visita.
 
Durante esos días hablé con la mujer y curé a su marido, participé en las intervenciones para desbridad (eliminar) el tejido desvitalizado que cubría sus quemaduras y, en general, lo atendía desde que llegaba por la mañana hasta que me iba a casa (un paciente quemado requiere mucha atención y vigilancia y cuidados que incluyen curas de dos horas seguidas sin salir del box). De hecho, llegué a tener tanto control sobre el caso que era yo el que informaba por las mañanas a la familia y al que buscaban para preguntar, ya que yo estaba todas las mañanas mientras que los enfermeros iban rotando por turnos.
 
Un día el paciente mejoró y se le fue disminuyendo la sedación. Hasta el punto de que llegó un momento en el que yo estaba en el box tomándole la constantes y JL (por simular unas siglas) se despertó. La imagen de un paciente despertándose de la sedación es tremendamente impresionante. Pasó directamente de estar tumbado a sentarse en la cama, respirando con muchísima dificultad y haciendo mucho ruido mientras sus constantes se disparaban.
 
Grité a un compañero que fuese a por una de las enfermeras de la UCI y me lancé hacia él para tranquilizarle. Y entonces caí en que probablemente nadie le hubiese llegado a explicar nada.
 
-Están bien -recuerdo que le grité. -Tus hijos están bien, tu mujer está bien. Tú eres el que sufrió más heridas y ya estás mucho mejor.
 
Y se me quedó mirando, sin agitarse, sin hacer ruido. Se quedó totalmente calmado, a pesar de tener un tubo forzándole la respiración y, estoy seguro, un dolor tremendo. Sólo tardamos un segundo en volver a dormirle, pero la siguiente vez que se despertó (esta vez de forma controlada) no se agitó ni se puso nervioso, despertó tranquilo.
 
Poco después el paciente subió a planta. Y fue un momento muy especial. No sólo porque ves cómo una persona se cura, ni porque fuese un paciente bastante grave. Ni si quiera, por la sensación de saber que has ayudado a curar y a mantener a un hombre con vida. Lo más especial de todo fue cuando una de las enfermeras me pidió que saliese que me estaban esperando fuera de la UCI y al salir me encontré a su esposa, que me dio dos besos y me dijo (tampoco creo que lo olvide en mucho tiempo) "Quería darte las gracias por todo lo que habéis hecho todos por mi marido, y por cómo nos has tratado".
 
Esa historia tenía que incluirla también en mi pequeño grupo de recuerdos que os cuento. Para poder haceros llegar la historia, para poder deciros que también hay historias que acaban bien y que compensan por mucho los finales tristes. Al fin y al cabo, cada buen final hay que lucharlo aunque antes tengamos que enfrentarnos a mil finales malos.
 
Ya van cuatro historias que os he contado. Tal vez con ellas me conozcáis o comprendáis algo mejor. Tal vez, simplemente, os acerque con ello la realidad de la Rutina que he podido observar durante mucho tiempo, y en la que he pensado para escribir algunas de mis entradas anteriores. Yo simplemente, espero seguir mucho tiempo contándoos mis Historias de enfermería, porque si me dejáis, aún hay muchas personas que llevo conmigo y a las cuáles quiero presentaros.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Historias de enfermería - 3

 
Le he dado, la verdad, muchas vueltas a la tercera entrega de esta particular saga que os estoy trasmitiendo a base de entradas a través de la pantalla del ordenador. He repasado casos de todos mis años de prácticas, he sacado varios finalistas... y al final me he decidido por otro caso que, la verdad, creía haber olvidado por completo.
 
Hasta ahora os he narrado el de dos personas que me marcaron por el tiempo que se tiraron conmigo, porque compartieron cada día durante mucho tiempo. El tercero va a ser distinto. Va a ser de esos que te marcan no por la constancia, si no por la intensidad.
 
Cuando me enfrenté a lo que os voy a contar ya había vivido nada más y nada menos que cuatro cuatrimestres de prácticas, incluyendo el servicio de hematología que ya os he comentado en alguna ocasión o el servicio de urgencias de trauma, pero aún así lo que se vive en una UCI es complicado de comprender si no lo experimentas.
 
De hecho, de este servicio tratará también probablemente la cuarta entrega de mis historias, pero ahora me voy a centrar en una menos espectacular que la que vendrá, y que aún así me llegó casi más profundo, haciendo que fuese uno de esos casos en los que uno tiene que ser quien es, pero sólo hasta que atraviesa la puerta corredera de cristal de un box.
 
Llevaba poco tiempo en la UCI cuando escuché que decían las enfermeras que iban a llamar a los padres del paciente de la 1. Siempre es duro ver cómo unos padres se despiden de su hijo, cómo le dicen adiós y observan impotentes que lo que más quieren en el mundo se les escapa delante de sus ojos. Y sin embargo lo hacemos cada vez más por el aumento de muertes en la población joven. Aún así, no pude evitar sorprenderme al ver entrar una mujer de unos cuarenta años a la unidad acompañada de la enfermera que llevaba al paciente.
 
Cabe decir que yo no llevaba ese ala de la unidad, y no sabía que el paciente que estaba allí ingresado no era más que un niño de catorce años cuyo cuerpo no podía seguir luchando contra las heridas que lo llevaban lentamente a la muerte. Contra las heridas que él mismo se había provocado.
 
Siempre es duro ver alguien que se va, más si es un niño o un joven. Es difícil enfrentarte a la realidad de los años y las oportunidades infinitas que se pierden, de los buenos y mejores momentos que alguien ya no podrá disfrutar. Ver que sus padres cambiarían de sumo gusto su vida por la del que se marcha. Cuando el motivo es un accidente o una enfermedad, puedes consolarte en cierta medida pensando que el mundo siempre ha sido injusto, que ese tipo de cosas, desgraciadamente, pasa y siempre ha pasado.
 
Pero cuando la causa es que un niño de catorce años sintió que no podía más hasta el límite de ahorcarse en su cuarto, entonces la única explicación que se te ocurre es que el mundo no es injusto, si no simplemente hijo de puta. Esa es la única razón, lo único que más o menos te explica que un niño pueda sentir tanta desesperación, tanta necesidad de dejarlo todo... cuando aún tenía todo por vivir.
 
Aquel día viví en la UCI como entraron familiares a despedirse mientras varios amigos se quedaban fuera. El sentimiento que pude apreciar fue el de pena, por su puesto, pero también la sensación de irrealidad que sólo te debe de provocar una situación tan desconcertante como aquella.
 
No viví su muerte. Por una casualidad que me ha salvado en casi todas las ocasiones, ésta ocurrió justo en la media hora que tenía para desayunar. Afortunadamente, no vi su cuerpo quedar sin vida, pero si se ha quedado en mi memoria la cara que vi aquel día cuando entré en ese box porque su enfermera me pidió que bajase la velocidad de infusión de la Nora, y aquella línea en su cuello que expresaba más desesperación de la que uno puede llegar a imaginar.
 
Mi próxima historia tendrá un final diferente.

jueves, 7 de noviembre de 2013

Sorpresas

 
Últimamente el mundo se está llevando muchas sorpresas. Muchas que yo, en mi infinita ignorancia del mundo, veía venir. Y que no creo que muchos de los que se manifiestan tan sorprendidos de verdad no pudiesen ver venir lo que se avecinaba. A parte de los que de verdad no lo esperasen, yo creo que se ha vuelto a ver la hipocresía de muchos, y que probablemente otros tantos estén esperando ganar algo con esa actitud. O al menos no mancharse por la mierda que han ayudado a amontonar.
 
Dos de las primeras cositas que nos ha dejado este siglo XXI (que por cierto va servido) son la burbuja inmobiliaria y el bum de la obesidad, especialmente de la infantil. Por supuesto, nadie en su sano juicio que pensase en ello y que debiese vigilarlo (como por ejemplo las inmobiliarias que después pedían créditos desesperados y dejaban a cientos de personas en el paro o los expertos que tanto dinero han ganado publicando libros y concediendo entrevistas) iba a tener en cuenta que es absurdo construir más y más edificios, sin tener en cuenta que se construía para más jóvenes de los que se independizaban.
 
En cuanto a la obesidad infantil, seguro que ni la OMS ni los médicos de España o de cualquier lugar del mundo podrían pensar que promocionar que los niños y niñas de todo el país comiesen y cenasen y celebrasen sus cumpleaños y sus salidas con amigos en Burguer King y demás franquicias de comida absolutamente basura, que los puestos de colegios vendan más barato el Bollicao que el bocata de jamón, o que en las puertas de los institutos pongan de oferta los productos de chocolate industrial.
 
Por supuesto, nada de esto se podía ver venir.
 
Tampoco se podía ver que iban a ser un fracaso las nuevas reformas educativas. Sobre todo, viendo que todas las reformas anteriores no han ido precisamente bien. Por eso, qué mejor que coger e ir variando los estudios de los niños pensando más que en sus conocimientos en la política que queremos que aprendan, han debido de pensar estos genios de la cultura. Y así nos ha ido, sin olvidar que no se ha tenido una política real de asegurarse que los profesores tengan el nivel cultural necesario para formarles convenientemente. Y de ahí se encuentran por ejemplo profesores que aseguran que las monedas de 12€ son falsas (y no, para los que no lo sepan existen de 12, 15, 20, 25, 50, 80..., suelen ser de coleccionista pero se puede comprar con ellas).
 
Por seguir con otro tema, podríamos hablar de los bancos. Simplemente tengo que hablar de dos cosas tan simples como las que siguen. Los bancos se han dedicado durante años a conceder hipotecas que todo el mundo sabía que podían pagar porque todo funcionaba a la perfección (ingresos buenos y sin gastos imprevistos) que muchas veces heredaban los hijos, para cobrar una cantidad de intereses tremendos que salían de los bolsillos de esas personas, para gastarlo en inversiones que ninguno en su sano juicio haría para después arruinarse y, tras repartirse los restos (muchísimos millones) entre los altos cargos pedir ayudas públicas que volvían a salir de los bolsillos de esos mismos que habían pagado el dinero malgastado. ¿Pero qué experto económico iba a ver eso venir?
 
Lo penúltimo que voy a decir es una de las últimas cosas que han salido, el espionaje de EEUU por parte del Nóbel de la paz que no ha hecho nada para ello. Teniendo en cuenta que la mayoría de satélites de comunicación y sistemas de telefonía e internet son americanos, nadie se iba a poder esperar que utilizasen todo ello para saber quiénes podían resultar amenazadores. Sobre todo, viendo que en todas las series americanas sin excepción dicen eso de "vamos a utilizar el registro de llamadas, entre sus mensajes vemos que le mando éste al sospechoso" y otras cosas por el estilo.
 
Podría seguir con múltiples ejemplos, pero para no aburriros voy a decir sólo uno más. La corrupción de políticos y sindicatos. Cuando se veía a los políticos con casas de cientos de miles de euros, a los de los sindicatos comiendo mariscadas de doscientos y trescientos euros, y a la familia real alquilando su casa a su propia empresa... yo lo único que pensaba era, ¿no tienen suficiente con todo lo que cobran y se les da como para tener que robar tanto? Pero claro, es que yo soy muy mal pensado...
 
En fin, todo esto son auténticas sorpresas que nadie podía esperar que surgiesen, como el dopaje en el deporte profesional. Ya con tantas cosas "inesperadas" no sé que podrá ser lo próximo. Por decir alguna absurdez, ¿os imagináis que algún día saliese que el Madrid y el Barcelona deben suficientes millones a hacienda como para que las matrículas de la universidad no subiesen año tras año? Pero vamos, que son tonterías, por que todo el mundo sabe que hablar de las deudas de esos equipos es absurdo, porque cualquier empresa puede pagar todos esos millones en fichajes, sueldos y mantenimiento de instalaciones sin adquirir ningún tipo de deuda...

martes, 5 de noviembre de 2013

120

 
Ese número no representa los días que llevo sin escribir (o al menos no creo que sea un número tan preciso). Tampoco es el número de entradas que llevamos publicadas. Es el número de horas de los últimos días, de los últimos cinco días. Y me es relevante por todo lo que he vivido en ellos.
 
Para los que no lo sepan, desde el jueves hasta hoy he vivido (además de Halloween) mi cumpleaños y mi santo. Y he tenido la suerte y el placer de poder compartirlos con amigos, familia y con mi personita especial.
 
Tuve además la suerte de que mi hermana pudo venir a pesar de su trabajo, mi compañero de escrituras de su máster y nuestro "Hello Kitty" particular del otro lado del mundo. La sorpresa fue tremenda cuando el sábado, después de tirarme casi una hora con los ojos vendados, me encontré a aquellos con los que compartí mis 21 esperándome delante de una nave en un polígono cualquiera, para compartir conmigo mi primera sesión de Laser Tag a lo bestia, algo que siempre he querido hacer.
 
La sesión de Los Miserables (que me pareció de las mejores representaciones que he visto en mi vida) y la comida del domingo en el parque del Alamillo completaron unas 24 horas en las que mi novia volvió a sorprenderme organizando algo maravilloso, mis amigos respondieron por estar conmigo y mi familia estuvo todo el tiempo conmigo.
 
Algo que se completó hoy mismo, cuando mi tocayo hizo que toda la clase de ciclo nos felicitase por nuestro santo, para terminar la lista de personas que se han puesto en contacto conmigo los últimos días para desearme lo mejor.
 
Y esa gente ha sido lo que más quiero destacar de todo.
 
En este año he estado acompañado de muchas personas que quiero seguirlas teniendo a mi lado, en mi trabajo, en mi casa, en los partidos de fútbol de las tardes de los viernes, en el gimnasio. He crecido como persona, enfermero y espero que como novio y amigo, he vivido malos y sobre todo buenos momentos, he confiado y han confiado en mí. Personas que me han demostrado que están ahí para ayudarme, y espero haber podido ofrecer la misma sensación a todos ellos. Y seguirlo haciendo.
 
También encontré, por supuesto, personas que se han apartado de mí, que me han demostrado que no quieren formar parte de mi futuro, en mayor o menor medida. Pero a ellos no quiero prestarles demasiada atención. Porque al fin y al cabo, merece más la pena pensar en los que te quieren que en aquellos que no quieren saber nada de ti.
 
Evidentemente, esta entrada no está trabajada en lo estético ni en el contenido. No es una queja, o un comentario sobre algo que he escuchado o visto. Es un agradecimiento, no a mis lectores si no a mis amigos, a mi familia y a mi novia, a los que han decidido que les importaba como para llamarme, whapsappearme, comentar mi muro o simplemente compartir conmigo un rato de esas últimas 120 horas.
 
Los que no lo habéis querido hacer (quito a alguno que no haya podido) no tengo nada en contra de vosotros, evidentemente, pero esta vez no os doy las gracias. Otra vez será supongo.
 
Pero tenía que agradecer a todos aquellos que lo han preparado, que han gastado su tiempo y su dinero, en hacer que este fin de semana haya sido, y así lo recordaré, uno de los mejores de mi vida. Muchas gracias por estas 120 horas.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Baile de salón


En la vida nos encontramos con muchas personas, algunas nunca las llegaremos a conocer mientras que otras pasaran a forma parte de ese grupo de personas por las que canalizamos parte de nuestros sentimientos, de nuestros logros y de nuestras esperanzas en la vida. Y todos, formarán parte de nuestra vida de una forma más o menos importante.
 
Hace no mucho tiempo, un personaje de dibujos dijo en un capítulo que estaba viendo una frase que me gustó, y que hoy comparto con vosotros. "Cada corazón tiene un latido, una melodía que lo hace diferente a todos los demás".  Una melodía que llega a todos los que comparten su tiempo, sus sueños, una cerveza en el bar de siempre o sus experiencias en las prácticas. O al menos, eso es lo que yo pienso.
 
Todos tenemos una orquesta, una música que nos acompaña allá donde vamos. Por que al fin y al cabo, la vida no es más que un baile, en la que nosotros ponemos los pasos para una melodía que nos llega desde el resto de la sala. En esa banda sonora, cada uno de los que nos rodean ponen más o menos de su parte, desde coros enteros, solos que hacen que broten las lágrimas o duetos que hacen que te sientas más unido que nunca a nadie. Otras veces, algunas personas no son más que notas insustanciales, pequeños toques que ayudan a que la orquesta coja cuerpo y que la música no decaiga.
 
Otras veces, lamentablemente, alguna de las notas se apaga, ya sea por un tiempo determinado (como por pasar un año fuera) o para siempre, pero queda ese registro, ese toque que somos capaces de recordar cerrando los ojos y dejando que la música nos invada por dentro. También pasa que aparecen nuevos ecos, tonos, o complejos instrumentales totalmente nuevos. O como me pasó a mí hace casi año y medio, que una nota especial se me quedó en la cabeza y acabó llegando a convertirse en una de las más importantes que tendré jamás, en esa que saca la sonrisa a pasear y que, como en todos los grandes éxitos, hace que aumenten las ilusiones.
 
La gran música supone un gran reto, y cuando te rodean buenos acordes estás obligado a dar lo mejor de ti en la pista, de tomar de la mano el desafío y demostrar de lo que eres capaz, a ti mismo y al mundo. Por que cuanto más orgulloso estés de tu orquesta, más ganas tendrás que continúe el baile. Por eso, que no pare la música. Que yo aún tengo mucho que bailar.

viernes, 23 de agosto de 2013

Y sigue

 
Hola. Casi dos meses después, vuelvo a dirigirme a vosotros a través de este mundo tan extraño que es el blog. He pasado mucho sin hablaros, en parte porque no he tenido tiempo, en parte porque el tiempo que he tenido lo he dedicado a otras cosas (como sabéis me gusta seros sincero). Hace tiempo decidí que quería escribir sobre algo, pero hubo algo que me pasó (más bien que escuché) que hizo cambiar completamente mi visión sobre esa entrada que tenía planteada.
 
Durante este tiempo que os he abandonado ligeramente, he madurado esa entrada y he dejado pasar el tiempo porque no quería que se me enturbiase como estaba pasando. Hasta que al final, en los últimos días, me he dado cuenta de que eso era precisamente lo que quería y necesitaba contaros.
 
Para que os hagáis una idea, el hacer esta entrada llegó a mi cabeza cuando me enteré a 3000 km de aquí del accidente del tren que costó la vida a tantas personas este verano. La idea me estremeció. Sinceramente, no ya por la magnitud de la tragedia (los medios internacionales ponían la situación incluso algo peor de lo que al final fue) si no porque yo al día siguiente cogía un tren en medio de mis vacaciones. Y pude ver, tanto en mí como en los que me acompañaban, algunas de las historias que podían haberse visto interrumpidas en el trágico suceso. Durante esas dos horas que duró el viaje de la mañana siguiente, vi los rostros de muchos que, sin duda, vivían vidas exactamente iguales a las de cualquiera de los que nos dejaron.
 
Llegué aquí dispuesto a escribir un pequeño homenaje, algunas líneas de texto que aunque probablemente ningún afectado leería jamás, si me darían esa extraña sensación que tanto nos gusta sentir de haber hecho lo que creemos correcto. Aunque suene a tontería, y aunque probablemente lo sea.
 
Con este objetivo en mente, encendí la tele (esa maravillosa forma de perder tiempo, neuronas y fuerzas cuyos efectos conocemos y sin embargo seguimos buscando) y tras pasar un programa basura (sí, efectivamente de tele 5) llegué a un canal que daba la noticia de un accidente de autobús en Nápoles en el que habían fallecido bastantes personas, la mayoría turistas. Y volví a sentir lo mismo.
 
Los accidentes han seguido durante todo el mes de agosto. Y con ello, mi sensación de necesidad de decir algo, unas frases, un párrafo. Y fue aquí donde aparecieron esos pequeños gusanos de la sociedad. Un día, que estaba perfilando en mi mente alguna idea para mi entrada, escuché a dos niñatos hablando y se me revolvió el estómago y el cerebro, y hasta algunos órganos que no he estudiado en mis clases de anatomía pero que después de esta experiencia sé que existen porque se movieron.
 
Escuché que una niñata le decía a su amiguito (voy a escribirlo bien escrito, las faltas las ponéis ya vosotros si queréis para recrearlo mejor): ¿Te puedes creer que la guarra de la madre de la Jennifer le ha dicho que no puede venirse hoy a la botellona? Mi madre me dice eso y la mando a la mierda, si hombre pues vaya puta mierda de vida más aburrida. Eso y estar tieso es lo mismo.
 
Os juro que me enfadé. Algunos me habéis conocido enfadado. Otros meramente molestos. Pero os aseguro que si no hice que esa choni se tragase un banco de piedra antes de tirarla al puerto fue por poco. Y por la pareja de la policía que estaba al lado.
 
Y es que, sinceramente, yo no soy muy dado a la violencia. Pero no aguanto las faltas de respeto. Y no me parece que pueda haber mayor falta de respeto que no valorar lo que se tiene, y sobre todo la vida. 
 
Comprendo, haciendo el increíble esfuerzo que eso me exige, que si eres tan insoportable que nadie te aguanta sin estar borracho pienses que tu vida es triste. Pero eso es, simplemente, porque tú eres una persona triste que hace cosas de persona triste rodeada de otras personas tristes. So inhumana.
 
Pero no comprendo, acepto ni admito que haya personas que valoren tan poco su vida, que no conciban su existencia más allá del cuello de una botella, mientras tantos sueños y metas se han quedado a medio hacer por mucha mala suerte o mucho hijo de puta que hay suelto en el mundo. No, mientras un tío pueda montarse en un cercanías y reventar una mochila entre personas que se dirigen a sus puestos de trabajo. No, mientras los accidentes se suceden y las vidas se apagan en ellos. No, mientras un cáncer priva cada año a millones de personas de una vida que aprecian y que desean seguir viviendo. No, porque cualquiera de ellos se merecen la oportunidad que tú, niñata malnacida, desperdicias y tiras a la basura. O mejor dicho, al suelo, porque ni para tirar las cosas vales.
 
Porque mientras que a ti se te está pagando todo, personas valiosísimas se buscan el pan viajando a Asia a dar clases o por medio Europa en post de un puesto de trabajo o de una formación que aquí no se les puede, no se nos puede dar porque hay que mantener a sanguijuelas sociales como tú.
 
No le dije nada de esto, y probablemente si se lo hubiese dicho le habría dado igual. Pero yo decidí que nunca dejaría que las cosas que me viniesen en la vida me dejasen hacer pensar que "eso y estar tieso es lo mismo". Afortunadamente, tengo una familia maravillosa que se pone de mi lado y me da su apoyo, unos amigos que valen su peso en oro (y hay alguno que aunque no esté gordito ya sólo por su altura significa mucho oro) y una niña maravillosa a la que aún no sé cómo he engañado para que quiera compartir su día a día conmigo.
 
Y sí, también hay muchas cosas que se ponen en el otro lado de la balanza. Las cosas que quiero hacer y no puedo, las que no quiero y debo e incluso algunas que ni quiero ni puedo pero que aún así tengo que intentar. Hay cosas irremediables que van a ocurrir. Y cosas que uno nunca espera pero que siempre están acechando por si pueden dañarte.
 
Pero el truco es ver la balanza mirando sólo a un lado, porque siempre va a haber ese algo que pueda hacer que tu día, tu semana o tu mes hayan merecido la pena, por muy malos que hayan sido.
 
Porque parafraseando a cierto comentarista que en paz descanse, la vida puede ser maravillosa. Y nuestra vida, sigue.

jueves, 4 de julio de 2013

Historias de enfermería - 2

 
Ahora que se ha terminado lo que se daba y la carrera se ha quedado atrás, me doy aún más cuenta si cabe de lo que han significado para mí algunas de las personas que me he encontrado en el camino hasta alcanzar esta meta.
 
Una de ellas ya la presenté el otro día, aunque más bien fue una familia entera. Esta vez quiero hablaros sobre alguien que para mí fue, durante un buen tiempo, algo más que un paciente. Y es que se convirtió prácticamente en un amigo.
 
Esto, a veces es muy peligroso. Lo es por la alta carga emocional que puede llegar a suponer tener que hacer en ocasiones cosas incluso dolorosas a alguien con quien tienes cierto vínculo de afecto. Pero es algo que se hace inevitable cuando compartes miércoles, jueves y viernes durante cuatro meses con una persona que se muestra cercana, que disfruta de tu compañía y que se interesa por ti.
 
Ese fue el caso de Hugo. Si su nombre es verdadero o no, nunca lo sabréis. Yo sé el verdadero nombre, y dudo mucho que alguna vez se me olvide, porque esos son los detalles que la vida te va dejando grabados en el cerebro.
 
Recuerdo perfectamente cuándo fue la primera vez que vi a ese chaval delgado, sevillista a más no poder (algún defectillo tenía que tener el chaval, qué se le va a hacer) sonriente y bromista mientras esperaba a que un médico llegase y le dijese si había ido al hospital para nada o porque tenía una enfermedad altamente mortal. Imaginaros mi impresión cuando ese chaval (que no llegaba a los treinta) sonrió al médico que le dio la mala nueva y le preguntó "¿y con el tratamiento cuándo empezamos?"
 
Era mi segundo día de prácticas de verdad en mi vida. El segundo en el servicio de hematología del general. Y recuerdo que pensé claramente "O está loco o tiene los huevos más grandes que he visto nunca" Y creedme, de loco nada.
 
Lo que ese chaval irradiaba no era locura, era alegría. Una fuerza vital increíble que lamentablemente la quimio le fue quitando poco a poco, aunque se seguía percibiendo esa alegría y esa forma de aferrarse a la vida y los pequeños detalles.
 
Recuerdo perfectamente que me daba igual si estaba con la enfermera que le llevaba o no, porque mi compañera Carmen y yo acabábamos todas las mañanas charlando un rato con Hugo de cualquier tema, del fútbol, de comida, de amigos...
 
Sería mentira decir que, como todo paciente oncológico, no tuvo sus días malos. Los hubo con fiebre, con mucositis y con un cansancio tan fuerte que no se sentía con fuerzas ni para hablar. Pero si un viernes estaba así, al miércoles siguiente estaba otra vez con ganas de charlar. O de quejarse, como cuándo descubrió que la comida del hospital había conseguido que su amor por las hamburguesas (sí, amor auténtico) se convirtiese en asco cada vez que veía una (aunque puedo asegurar que la comida del infantil no está nada mal).
 
Para que os hagáis una idea, a Hugo lo conocían hasta los otros pacientes de la planta, a pesar de que salvo dos semanas el resto del tiempo se lo pasó en una habitación de aislamiento para protegerle de las infecciones. Y es que él (así como toda su familia) tenían un carácter muy curioso que resultaba agradable de conocer. Hasta el punto de que Bernabé (un hombre bueno, pero bueno, y fuerte, pero fuerte) se echase a llorar al enterarse de que Hugo estaba con una fiebre muy fuerte por culpa de la quimioterapia.
 
Finalmente llegó el día en que terminé mis prácticas. Y me fui de la unidad, aunque siguiese pasándome por allí de ven en cuando. Y como con muchos otros pacientes de esa planta (aunque no todos) perdí completamente el contacto, sin saber nada más de él. Nada, hasta que un día quiso la casualidad que entrevistasen a su madre en un programa de la tele preguntándole cómo iba a pasar sus vacaciones de navidad. Y así fue, por lo que ella dijo, cómo me enteré de que Hugo había fallecido hacía poco más de un mes.
 
Tal vez os preguntéis si todos los casos que voy a narrar acaban en muerte y penas. No, afortunadamente no es una constante universal en esta profesión que si no sería un foco de depresiones. Pero si es verdad que muchas historias, para bien o para mal, terminan así. Y es verdad que muchas veces, estos casos son los que más te hacen madurar, y los que más te hacen comprender muchas cosas de la vida.
 
Continuará...

sábado, 29 de junio de 2013

Agradecimiento a la familia


 
Con motivo de mi graduación quise (y tuve la oportunidad finalmente) de escribir algo, unas pequeñas líneas, en agradecimiento a aquellos que más nos dan y a quienes más les debemos. La verdad es que el momento quedó emotivo, en gran parte gracias a que mi gran compañero Kon estuvo genial con el teclado, demostrando que además de un gran amigo apunta para ser un gran pianista.
 
En general, fue un día lleno de emociones y momentos que rememorar de los que hacen que se salten las lágrimas en el momento (incluso a más de uno también después), en el que celebrar los cuatro años que hemos compartido día a día, en el que ver como las sorpresas que habíamos preparado con tanta ilusión iban desvelándose una a una ante los ojos de nuestros compañeros, y ante todo, amigos.
 
No voy a hacer un nuevo discurso que poner aquí, sinceramente tampoco me apetece hacerlo. Prefiero guardar esa inspiración para otras entradas, y algún que otro proyecto de más ambición. Sin embargo, quiero compartir con vosotros las líneas que escribí. Tal vez os guste leerlas, tal vez os haga ver lo que yo sentía y pensaba al escribirlas y, quizás, después de leerlas decidáis agradecer a vuestra familia todo lo que hace, ha hecho y va a hacer siempre por todos vosotros.
 
 
 
Como hemos dicho, estamos aquí para celebrar un cambio. Para recordar que hemos pasado los últimos cuatro años creciendo, madurando como personas y formándonos como profesionales. Gracias a nuestro trabajo, al esfuerzo de nuestros profesores y a la paciencia de los tutores clínicos. Pero, sobre todo, gracias a vosotros.
Porque habéis hecho posible que estemos hoy aquí. Habéis sido padres, madres, abuelos, hermanos, parejas e incluso algún hijo, que nos habéis llevado día a día en volandas incluso cuando ni nosotros mismos nos aguantábamos. Habéis sido nuestro apoyo en muchas ocasiones, la vía de escape de los pacientes que nos llevábamos en la cabeza y de las enfermeras que nos sacaban de quicio. Habéis aguantado llantos histéricos antes de los exámenes, malas respuestas después de haberlos hecho.
Habéis escuchado temas, trabajos, y probablemente os sepáis mejor que nosotros el TFG. Nos habéis ayudado a sacar más cosas en claro de nuestras prácticas que el diario, con la simple pregunta de “¿Cómo te ha ido hoy?” Os habéis mantenido ahí, siempre a nuestro lado.
Y es que, desde siempre, habéis sido un apoyo, un ejemplo y una guía a la que aferrarnos cuando dudamos de las cosas. Habéis sido nuestros enfermeros y enfermeras cuando necesitábamos mimos, nuestros maestros de la vida y todo aquello que hemos podido necesitar en cualquier momento.
Y, todo eso, es lo que nos ha traído hoy hasta este momento. Hoy, todos nos dan la enhorabuena y nos mandan a un futuro del que no sabemos nada. Nada, salvo que vosotros estáis ahí para ayudarnos en todo lo que nos haga falta, y eso nos hace salir al mundo mucho más tranquilos.
Porque hoy, mientras políticos y sindicatos nos dan la espalda, vosotros nos dais la mano y todas vuestras fuerzas. Porque, mientras que la gente nos dice lo equivocados que estamos según ellos por coger esta carrera, mientras escuchamos calificar de error la decisión más importante de nuestra vida, vosotros nos apoyáis y no sólo nos decís que seremos capaces de cualquier cosa, sino que hacéis que nos lo creamos. Porque, mientras muchos nos dicen que nos vayamos al extranjero, que lo dejemos todo y a todos, argumentando que somos jóvenes y que haremos nuevos amigos, vosotros nos recordáis que si nos vamos y queremos volver siempre tendremos aquí una casa, la nuestra.
Porque, mientras que el mundo nos desanima y nos anuncia que sólo hay paro y contratos basura, vosotros nos decís que el futuro es nuestro. Porque conseguís que mantengamos la ilusión, la alegría, la cordura y la esperanza.
Por todo eso y por muchas más cosas que podría seguir diciendo y no parar jamás. Por todo eso, mientras hoy todos nos dan la enhorabuena, nosotros, queremos daros las gracias.


martes, 18 de junio de 2013

Noticias


Desde hoy podréis encontrarnos, además de en Twitter como hasta ahora, en el perfil de Facebook del blog (Mi Sangre En Palabras).
 
Además, queremos daros la posibilidad de, si os apetece, participar en el blog no sólo leyéndonos si no también formando parte de él. Por ello, si queréis recomendar un libro para nuestra sección dedicada al tema, o pensáis que algún autor merece una mención especial, mandarnos un correo a la dirección web (mi.sangre.en.palabras@gmail.com). Igualmente, si estáis especialmente inspirados y queréis compartir algo que hayáis escrito vosotros, mandarla igualmente a la misma dirección añadiendo el título y nombre de autor con el que queréis que se publique. Cada cierto tiempo, normalmente un par de meses, haremos dejaremos unos días en los que serán vuestras entradas las que aparezcan.
 
Esperamos vuestros correos.

lunes, 17 de junio de 2013

Tic-toc



De vez en cuando me resulta extraño pensar en lo rápido que pasa el tiempo. Me parece que fue hace nada cuando corría por el patio del María Madre de la Iglesia celebrando que habíamos ganado la copa de fútbol de primero de primaria, y hoy me siento  escribir delante del ordenador, mientras hago la cuenta atrás mental para el día de mi graduación.

Dicen que el tiempo corre. Pero no tiene piernas, el tiempo vuela. Y dicen que según creces, vuela aún más rápido. Todo el mundo suelta lo mismo: No sabes lo rápido que va esto hasta que tienes niños… Miedo me da, entonces.

Porque, si me pongo, soy capaz de recordar perfectamente infinitud de momentos que, para bien o para mal, han quedado ya atrás. También hay algunos que sigo llevando conmigo, pero por lo general, esos sólo son los verdaderamente importantes.

El mundo, la vida, te van quitando poco a poco un tesoro que tienes y que no sabes que posees hasta que, injustamente, te han arrebatado ya parte de él. El tiempo, exactamente. Ese intercambio es constante, la vida te quita tiempo y a cambio te da un millar de cosas, de vivencias y de gente con quien llevarlas a cabo. Te pone en tu camino personas maravillosas…y otras que podrían haberse quedado en sus casas sin que hubiese perdido gran cosa la inteligencia humana. Pero todas ellas adquieren un sentido, en cuanto que forman parte de lo que vives.

Las personas que se cruzan en tu camino, o las que precisamente forman parte del mismo. Las decisiones que te llevan a vivir de una forma o de otra, aquí o allí, con ese alguien especial que a veces se encuentra donde menos te lo esperabas.

Esas páginas, esos capítulos de nuestra vida que se llenan con las intervenciones de otros. Y ese hueco que ocupamos nosotros en su vida, eso es lo que realmente hace que valga la pena la mayoría de las cosas que pasan. O lo que puede explicar otras que parecían incomprensibles.

Y es que, el tiempo, cómo no el tiempo, es uno de los mayores enigmas. No es nada físico, pero es explicación para muchas cosas. Y es, por ejemplo, un nivel de tu calidad de vida. Y eso es con lo que voy a cerrar hoy, explicando por qué esta dilación tan extraña me ha traído hoy hasta aquí.

El tiempo es el mejor ejemplo posible de la teoría de la relatividad. Lo rápido que puede pasar una comida con la familia, una tarde con amigos o un año con la persona amada, y lo lenta que se hace una hora de bioestadística a las 2 de la tarde en pleno mes de junio. Porque como decía al principio, el tiempo vuela. Sí, pero sólo cuando las cosas te son agradables y quieres disfrutar cada segundo. Si tu vida va lenta, puede que vaya carente de ilusión y que debas buscar algo que te haga vivir con más ganas y sonreír, sin remedio, al ver lo rápido que te ha pasado un nuevo día.

Por eso, y ya acabo, me voy a permitir querido lector que me aguantas, darte un humilde consejo. Si notas que tu vida va rápido y que los días y las horas pasan volando, no te amargues porque se te escape entre los dedos. Alégrate, porque tu vida está siendo interesante y, probablemente, tengas la misma suerte que yo, al compartirla con personas maravillosas.

 

 

sábado, 8 de junio de 2013

De vuelta

 
Bum-bum. Un temblor, una vibración que te sacude el pecho y llega para darte cuenta de lo vivo que estás. Bum-bum. Si te fijas, percibes como se mueve el corazón, primero las aurículas, después los ventrículos. Bum-bum. Su ritmo, su frecuencia.
 
Lleno, vacío. Tu esternón se mueve, se llena de aire tu tórax y se vacía lentamente. Con cada bocanada, el aire fresco llega de tu nariz a tus pulmones; de tu boca, a todo ti. Notas como te llenas de vida y como la devuelves cada vez que espiras.
Y a la vez, ahí sigue tu corazón. Bum-bum, bum-bum.
 
Si te fijas de nuevo en él, puedes notar como su vibración se extiende, como su pulso circula por tus arterias y como tu sangre recorre el organismo que te forma. Empiezas a notar su paso por las piernas, por los pies.
Y los pulmones se siguen llenando. Y sigue el bum-bum.
 
El sol. Sientes como acaricia tu cara a través de la ventana. Notas como calienta tu piel, un suave hormigueo, casi como si percibieses a tu melanina acumulándose en ella, poniéndote moreno poco a poco.
La piel bajo la que late tu pulso. La que recubre tu tórax, que se sigue llenando. Y en él, se mantiene el bum-bum.
 
Tu cama. Su tacto suave, en los brazos, en las manos. Casi crees que puedes diferenciar cada una de las fibras que componen tu sábana, tu colcha. Notas la presión, tu propio peso sobre el colchón. Notas como tu piel capta todo eso, mientras hormiguea por el sol. Y el pulso prosigue, junto a la respiración. Y en el fondo, el bum-bum.
 
Oyes un sonido. Una palabra desde otra habitación, el agua de una tubería, que discurre como la gota de sudor que resbala por tu piel, la que siente tu pulso. Y escuchas tu respiración, que ya no sólo entra y sale, si no que además suena. Y cuando escuchas todo lo de fuera, lo oyes a él también. Bum-bum.
 
Aún no has abierto los ojos, mantienes en la cabeza esa última imagen que has visto. Ese campo de trigo mecido al viento, ese mar en calma o ese bosque escondido. Ese planeta del tesoro, tierra de las sorpresas o casa de lo inesperado. Tu templo, tu lugar secreto.
Sabes donde volver a encontrarlos, sólo tienes que volver a salir a buscarlos... dentro de ti. Cerca de él, de ese bum-bum.
 
Y finalmente, los abres. Y vuelves a ver el techo, vuelves a contemplar tus vellos casi de punta, tu tórax que sube y baja. Y de fondo, el bum-bum que nunca para.
Y te despiertas del todo. Porque ya estás de nuevo listo, has vuelto a notar que tienes en ti todo lo necesario para volver a enfrentarte a todo. Porque estás vivo. Porque sigue el bum-bum.
 
(Vuelta a la realidad tras una relajación por visualización)

miércoles, 5 de junio de 2013

Historias de enfermería - 1


Sinceramente, esta es la entrada que quería escribir y que no iba a publicar. Al menos no por ahora. Creo, o más bien estoy seguro, de que la acción combinada entre el blog de mi amigo Manu, la sensación tan grata que me dejó la última entrada y el final de la carrera han provocado que un pequeño coctel se haya puesto en marcha y me haya bebido al final unas ganas tremendas de contaros uno de los primeros casos que me han llamado la atención.
 
Había pensado como alternativas contaros como he dejado que mi mente se fuese por mil derroteros o hacer un par de apreciaciones sobre el paso del tiempo... pero siendo realistas, esto es lo que quiero escribir (y además, cuando releo las otras opciones cada vez me gustan menos).
 
Pues bien, ahí va esa historia.
 
Tenéis que ubicaros en mi primer año de prácticas, es decir, segundo de carrera. En una unidad donde la mitad de los pacientes pasaban en algún momento por cuidados de alta complejidad, muchas de las veces de tipo paliativo. Y donde casi todo los días aprendías una lección nueva sobre lo injusta que es la vida (como dicen en el servicio en el que estoy ahora, la hija puta de la vida siempre se ceba con los mismos).
 
Ese año coincidí con varios pacientes de los que te dejan marcado. Algunos sé que ya no están y que ahora descansan más que lo que soñaban siquiera hace unos años. Otros me los sigo encontrando y soy feliz al ver que aún se acuerdan (positivamente además) de mí. Pero el caso del que quiero hablar hoy no es el de un paciente si no el de su hijo. Y como me apetece guardar un poquito de la historia para mí, vosotros sabréis de él un dato que es mentira, pero que me viene bien para relataros la historia. Su nombre, pongamos que era Curro.
 
Los orígenes de su familia eran claramente pobres, pero llevados con su toque de orgullo y con mucho sacrificio, que habían permitido a la familia, a base de mucho trabajo, salir de una situación muy apretada y vivir de una forma un tanto aceptable. Curro había tomado el papel de hijo pródigo, se había ido de casa y se había peleado con su padre, el que mandaba y al que había desafiado claramente.
 
Sin embargo, el hijo pródigo volvió. No porque se hubiese gastado todo lo que tenía. Si no porque su padre era el que se consumía por una enfermedad que lo devoraba por dentro. Su regreso no fue del todo como se podría soñar, su padre no se lo terminaba de perdonar y el resto de su familia tampoco ayudaba demasiado. Cada vez que había una discusión, Curro acababa en el pasillo, la mayoría de las veces hablando con nosotros y más concretamente con los estudiantes.
 
Cuatro meses ingresado da para que el hijo de un paciente pase a saludarte cada vez que apareces por la planta, a desearte buen día cuando te vas, a que te ofrezca cuando aparece por la planta con chacina o para que te pregunte de vez en cuando cómo te va todo. Y mientras, te cuenta su vida.
 
No voy a entrar en detalles sobre los aspectos que me contó, lo considero que entra dentro de la confidencialidad enfermero-paciente. Pero la verdad es que ocurrió esa cosa tan maravillosa de que una persona que no te conoce de nada confíe en ti hasta el punto de abrirse y contarte sus penas y sus ilusiones. Y la verdad es que me sentí bastante realizado el día en que, hablando con el padre (con el que también me llevaba bastante bien), los tuve a los dos al lado charlando un rato sin discutir de tonterías (como si llevaba bien o mal puesta la mascarilla de oxígeno, lo hortera o no de la camiseta del chaval, que era como se iniciaban la mayoría de discusiones entre el paciente, de 70 años, y su hijo de más de 30).
 
Finalmente, el día llegó. Y fue la semana en la que terminaba mis prácticas en la planta. Llegué un día a las ocho y me lo dijeron, "esta madrugada ha fallecido el 13.1" Es curioso como se te queda un número de habitación cuando asocias el lugar a la persona que lo ocupaba. De repente, de dentro de la habitación salió Curro, llorando. Y se vino para mí. Y me abrazó. Aún sacó entereza para dejar de llorar y darme las gracias por todo lo que había hecho por su padre, por lo bien que lo habíamos tratado y por lo a gusto que había estado con nosotros siempre. Y también me dio las gracias, a mí, por haberle escuchado a él.
 
En ese mismo momento, Curro se fue de la planta y no volví a verlo hasta dos años más tarde, cuando el destino trajo hasta mí a una chica de quince años con el dedo echando sangre a urgencias de trauma. Y fue muy curioso cuando vi que sus acompañantes eran su tío abuelo y su tío, que no era otro que Curro.
 
Y me reconoció. Me saludó con un abrazo y estuvo hablando conmigo varios minutos. Lo que me contó me gustó sólo en parte. Aún lo seguía pasando mal en muchos momentos, y no podía entrar al hospital a darle las gracias al equipo de enfermería por todo lo que pasó (ahí me enteré de que yo era el único con el que había hablado esa mañana) porque se le venía el mundo encima de pensar siquiera en entrar en el servicio. Me comentó que aún bebía más de lo que debía. Es lo que en enfermería llamamos duelo disfuncional.
 
Sin embargo, me confesó que desde que todo había pasado se había vuelto a unir a su familia, con los que ahora mantenía mejor relación. De nuevo se fue del servicio en el que yo estaba, esta vez tras prometerme que, en honor a su padre, y en responsabilidad para con su hija, iba a dejar la bebida y a centrarse más.
 
Desde entonces no sé nada de él, aunque teniendo en cuenta los servicios en los que he estado (UCI de trauma y onco del infantil) tal vez sea buena  noticia, pero su historia me sigue viniendo una y otra vez a la cabeza, como tantas otras.
 
Y muchas veces me pregunto si habrá cumplido su promesa, por su padre y por su hija, y habrá vuelto a vivir de una forma que no te vuelva loco. Porque el recuerdo de los que se han ido es para sacar fuerzas y recordarles con cariño, no para que te ancles a los recuerdos y dejes de vivir tu vida. Porque eso no es lo que ellos querrían para nosotros.
 
Y desde que conocí la historia de Curro, cada vez que me enfado con mis padres por cualquier tontería me acuerdo de ellos, y me doy cuenta de que prefiero aprovechar el tiempo que malgastarlo con riñas absurdas.

viernes, 31 de mayo de 2013

Historias de Enfermería (introducción)


3000 visitas. Muchas gracias por todo el apoyo que nos dais y por seguirnos aguantándonos. Os lo podría agradecer durante muchas páginas, pero no voy a hacerlo. Lo siento pero esta entrada no es para vosotros. Es, como tantas otras, para mí.
 
Os mentiría, sin duda alguna, si os dijese que me acuerdo de este blog tan frecuentemente como parecen decir mis entradas. En verdad, muchas veces veo, pienso o siento multitud de cosas que me hacen llegar a la misma conclusión. Tendría que plasmarlas en una entrada. Son muchas las cosas que el tiempo me ha ido llevando a querer escribir, igual que muchas cosas son las que el propio tiempo, o más bien la falta de él, me ha hecho ir postergando una y otra vez hasta acabar olvidándolas. No es una escusa, tampoco una disculpa. Es simplemente la realidad.
 
He escrito sobre política. Sobre amor y amistad. Sobre diversas cosas y hechos que me han ocurrido (o se me han ocurrido como en el caso del Wall-e parlante) y que forman parte de la vida que llevo y que intento compartir con todo el que se acerca a mí, en persona o a través de estas líneas. Pero ha habido algo, una parte importante de lo que soy, que casi siempre he guardado sólo para mí, pero que un blog que tengo gusto de recomendaros me ha hecho decidir y recordar que quiero contar (hoy pareces parte de mi inspiración, compañero afrancesado"). 
 
Veréis, hace ya cuatro años que tomé la decisión más importante de mi vida, y que a la postre me ha significado una felicidad que no tenía prevista y que ha llegado en forma de compañera de mi vida. Hace cuatro años respondí al fin la pregunta de "¿qué quieres ser de mayor?". Y resulta que mi respuesta fue la de ser enfermero.
 
En un poema al comienzo de nuestra andanza y en una entrada hace poco intenté haceros sentir algo de lo que mis compañeros y yo vemos en el día a día, pero puedo aseguraros de que es sólo una pequeña punta de todo lo que se esconde bajo un día en cualquiera de los servicios de esas grandes moles en las que se han convertido los hospitales.
 
Para que os hagáis una idea. Imaginaros que una persona, a la que no conocéis de nada, decide abriros de par en par su casa y os acoge en medio de su familia. Os cuenta sus penas, sus temores y sus esperanzas, algunas de las cuales sabes que nunca se van a cumplir. No dormís con ellos, no coméis con ellos, pero os van a pedir sin hablar que seáis capaces de ayudarles a querer comer y a poder dormir.
 
Imaginaros que junto a ellos están todos los que le importan, y a los que importa. Están sus hijos, sus hijas, su mujer y sus nietos. Aparecen amigos, compañeros de trabajo, gente que a compartido su vida y que desea compartir lo que queda por venir. E imaginad que todos ellos también se aferran a ti para poder soñar.
 
Tal vez penséis que es una sensación agobiante. No. Es una sensación de responsabilidad. De responsabilidad porque sabes lo que esas personas piden, y es comprensión. No compasión, eso es muy distinto. Buscan y necesitan que los escuches, aunque a veces no hables, aunque casi nunca digas lo que quieren o pretenden oír, ya que muchas veces sería mentira.
 
Imaginaos ahora que un día entráis en una planta de un hospital. Que una persona de esas personas no está donde debería. E imaginad que su hijo se os acerca, os abraza y os dice "Gracias por todo lo que has hecho por él todo este tiempo". Exactamente, un pequeño escalofrío te recorre el cuerpo mientras notas como los pelos del brazo de te ponen de punta. Y a la vez, no puedes evitar sentirte satisfecho, por haber hecho todo lo que has tenido en tu mano por ayudar a esa persona en un momento delicado. Imaginad que no es un hijo quien te lo dice, si no el padre de una niña de doce años...
 
No intento hacer apología de la enfermería. No me dedico a ello ni menos lo haría aquí. Simplemente os acerco lo que es para mí esta profesión que he decidido que va a ser la que me defina y forme parte de mi, de mi forma de ser y de mi forma de pensar. Para que sepáis como realmente es, y como realmente soy.
 
Puede ser que muchas veces halláis escuchado muchas cosas sobre "esas personas de blanco (o de azul, verde, rosa o del pijama de muñequitos del infantil)" que entran en las habitaciones a tomar las tensiones, cambiar los botes de suero y, cuando alguien lo precisa, escuchar un ratito. Puede ser que halláis escuchado, o que incluso lo penséis por lo que he escrito antes, que es una profesión dura, triste o que quema. A nosotros nos dicen que tenemos que aprender a separar lo profesional de lo personal; a vosotros, los que venís a pedir ayuda, que nos hemos desensibilizado para no sufrir.
 
Las respuestas son casi siempre que no. No nos desensibilizamos, no olvidamos lo que pasa dentro y nos vamos para fuera. Porque eso lo hacen las máquinas. Y porque nosotros somos personas. Hay pacientes de mis prácticas de segundo que no he olvidado y que nunca voy a olvidar, gente que simplemente ha pasado a ser parte de lo que soy porque me han marcado de una forma u otra. Gente de las que me acuerdo hoy como si aún estuviesen con nosotros, aunque ya estén descansando.
 
Y no. No es triste, aunque sí sea dura. Pero eso lo hace, a su vez, ser tremendamente bonita (para los que nos gusta, evidentemente). Porque es muy bonito ver a un niño superar un cáncer y lanzarse a por todos esos sueños que una enfermedad había intentado quitarles. Y es, a su manera bonito, ver a alguien que sabe que va a morir llegar a su final acompañado de gente que le quiere, sin sufrir y satisfecho con lo que ha sido de su vida. Es bonito ver sonreír a un niño, despertar a un hombre en coma o ver salir de la UCI a una familia llorando de alegría porque "lo peor ya ha pasado, ya se va a poner bien".
 
Y eso te enseña a vivir de otra forma. Te enseña a valorar muchas cosas, a pensar de muchas formas, a comprender todo lo que quieres, y lo que quieres cambiar.
 
Os repito, no es apología de mi profesión. No intento convencer a nadie de nada. Sólo explicar quién soy para que entendáis mejor lo que escribo. De hecho, puede que otros que hayan estado en servicios distintos a mí no piensen así, o que yo aún no haya comprendido muchas de las cosas que la vida aún tiene que mostrarme y que sin duda, pues la vida es así de hija de puta a veces, me acabará enseñando.
 
Para terminar quiero decir algo que alguien me dijo una vez: que los enfermeros estábamos al lado de los médicos para vencer la enfermedad de las personas para que puedan vivir sus sueños. Después de cuatro años veo que no, que estamos de lado de esas personas para que nunca olviden cuáles son sus objetivos, renovarles sus esperanzas y ayudarlas en su propia lucha.
 
Os debo más entradas, y vendrán. Y os contaré más cosas, sobre mí y sobre lo que veo dentro y fuera del hospital, en forma de alguna Historia de Enfermería más, cosa que hace mi amigo Manuel de tan buena manera en su blog. Pero hoy, os dejo descansar.

lunes, 6 de mayo de 2013

Caminante, no hay camino


Me permito, es más, me doy el lujo de plagiar a uno de los mayores poetas que ha dado, y me temo nunca dará, esta tierra. Me lo permito porque me siento con ganas, me lo permito porque es una de las frases más ciertas que he escuchado en mi vida. Se hace el camino al andar. ¿Cuántas veces hemos planeado, casi artificialmente, lo que íbamos a hacer con toda nuestra vida? ¿Cuántos planes que sabíamos que no íbamos a poder cumplir? Y a veces, muchas veces, la vida nos ha sorprendido con sus propias ideas, y normalmente, para mejor.
Muchas veces he hablado ya de todo lo que tengo y a lo que le puedo agradecer. Pero todos ellos están y han estado ahí por la más, y perdónenme por la palabra, puñetera casualidad. Siento si desilusiono a algunos de aquellos que están a mi lado, pero confieso que no tenía planeado encontrarme con ninguno de vosotros. Y si lo pensáis, os pasó igual conmigo.
El mundo, ese extraño huevo que flota en medio del espacio, está lleno de infinitas casualidades. Deliciosas y geniales, pero igualmente imprevisibles. Y sé que algunas de ellas son las que me han guiado hasta cada una de las personas que hoy comparten mi día a día. Cada una de esas combinaciones matemáticas que nunca llegaremos a comprender y que han acabado llevándome hasta un amigo, un primo o una persona con la que compartir mi vida. Cada una de esas piedras, setos y zanjas, que han hecho que el camino que yo pensaba tomar fuese quedando cada vez más lejos de la vereda en la que se ha convertido mi vida.
Nunca he sabido que es lo que me ha llevado a tomar algunas de las decisiones más importantes de mi vida sin dudar lo más mínimo, mientras que he mucho más en decidir qué disco poner en la Play Station. Tal vez, sea precisamente que cuando las cosas son importantes para nosotros tenemos mucho más claro quiénes somos y qué queremos conseguir. Tal vez, que en verdad siempre hemos sabido qué desviación coger, aunque no esté marcada en el mapa que hemos trazado antes de empezar a andar.
Todos somos caminantes de un camino inmenso, en el que entramos, nos cruzamos con otros y al final, cansados y con ganas de dormir un poco, acabamos dejando tras más o menos kilómetros andados. Todos pasamos buena parte del camino sin saber realmente lo que estamos andando, o incluso recordando aquellas ciudades que ya hemos visitado, olvidándonos de mirar los carteles por los que vamos pasando. Tal vez sea por eso por lo que la vida nos va poniendo en nuestro sitio. Tal vez, por que si no nunca os habría conocido.
Recuerdo hace años dos niños casi hablando de la especialidad médica que elegirían en el MIR. Hoy, nos veo como dos personas que empiezan a entender la dirección que toman sus vidas, y que la aceptan con más que agrado.
No digo que no haya que perseguir los sueños. Al fin y al cabo, son la base que sustenta nuestra ilusión y nuestra esperanza. Sólo digo que si una calle está cortada, tal vez sea para que no caigamos en un agujero del asfalto; y si un sueño se acaba no es el fin de la vida. Por que al fin y al cabo, los sueños, sueños son. Por que, al fin y al cabo, caminante no hay camino, se hace el camino al andar. 

lunes, 1 de abril de 2013

Rutina

 
Hace tiempo que mi día a día me permite hacer algo que no mucha gente puede hacer, que es ver a personas luchar (con motivo o sin él, por esperanza o simplemente por inercia) por sí mismo o por alguno de los suyos. Esta situación te permite ver lo imprevisible, absurdo e irónico que tiene a veces la vida.
Por un lado, te siembra siempre la duda de lo que deparará el mañana. Si el sol seguirá saliendo sin que tú notes el cómo pasan los días. Y si la falsa sensación de seguridad que tienes será un refugio válido para siempre.
Pero también ves esas historias que te dan qué pensar. Esas personas que se mantienen junto a una cama para dar fuerzas al que la ocupa. Esos médicos, enfermeros y auxiliares sin título pero que le curan, cuidan y vigilan con su cariño como única medicina, sólo por que el destino ha decidido que les había llegado el momento de quitarse el traje de persona normal para pasar a ser otra más de las historias que vagan por los pasillos de UCIS y plantas varias.
Entre las cosas que piensas está, sin duda, lo agradecido que hay que estar por lo que se tiene. Sé que puede sonar a tópico, o que alguno puede creer que no está tan bien como yo digo, pero la vida me ha enseñado que siempre hay algo por lo que se puede estar agradecido. A quién quiera estarse agradecido, eso ya lo decide cada uno, aunque los padres siempre son una opción importante.
Otro pensamiento que se te viene a la cabeza es el de las idioteces tan tremendas por las que a veces alejamos (durante más o menos tiempo) a aquellos que nos rodean. El dinero, la política, incluso el maldito fútbol. Todas esas cosas a las que les damos mucha más importancia de las que realmente tienen, todo eso que nos lleva a que cuando decimos "lo importante es la salud" suene a "como no me ha tocado la lotería/conseguido tal cosa me consuelo con esto" sin darnos cuenta de lo cierto que es, queramos o no.
Y es que la vida, en general, nos da múltiples ocasiones para decidir qué queremos ser y cómo queremos conseguirlo. Desde nuestra profesión futura hasta las personas que nos acompañen en un futuro próximo pasan por las decisiones que tomemos. Éstas pueden consistir en escribir una carrera en un papel, seleccionar una respuesta o echarle valor a un momento y decidirse a decir "te amo". Entre estas decisiones, habrá algunas acertadas y otras erróneas, pero que igualmente nos acaban llevando a dónde debemos llegar.
A veces, ese camino pasará por un tren de cercanías por la locura de unos pocos, o te llevará a Venecia un día de nieve junto a tu pareja por amor, pero pase por donde pase, y te lleve a donde te lleve, siempre habrá algo aprender y muchas cosas por las que dar las gracias, mientras para muchos, sigue la rutina...

jueves, 7 de marzo de 2013

Efecto

 
Si una noche al acostarte sientes un pequeño cosquilleo pasar junto a tu pelo, no te asustes. Si notas que tu piel se vuelve ligeramente más cálida, que tu pulso se acelera una décima, que tu corazón bombea la sangre con más fuerza que hace un segundo, no pierdas la tranquilidad.
 
Si notas que algo calma tus malos sueños, que te arropa y te protege, que te calma y te sostiene, incluso cuando nada más lo hace, no te extrañes.
 
Si un día mientras paseas notas elevarse una pequeña corriente de aire, si ver volar una hoja como mecida por un sentimiento, si todo parece inmerso en una especie de situación de dimensión alterada, en la que gobiernan los hechizos y la magia, no te consternes.
 
Si en una tarde de estudio, un sentimiento acaricia tu mejilla, una locura asalta tus pensamientos y una idea cruza sin mirar por la autovía de tu mente, no te preocupes. Si en lo primero en lo que piensas es algo en lo que nunca imaginaste que pensarías, si divagas cuando quieres concentrarte, si percibes que algo te atrae y te despista, no te sobresaltes.
 
Si algo activa las mariposas de tu estómago, si un sin nombre roza la voz de tu conciencia, si un te quiero es sacado de tus labios por una fuerza maravillosa, si las mayores declaraciones de amor toman en tí vida propia. No te sonrojes.
 
No busques fantasmas, ni espíritus. No acuses de todo ello a espectros venidos del más allá, ni a fuerzas que escapen al control de la naturaleza.
 
Es tan sólo el efecto de mis pensamientos, volviendo a tí (una vez más), para hacerte compañía y alegrar mi día.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Misión Olvido

Tal vez muchos (o al menos alguno) penséis al leer el título de esta entrada que voy a hablar sobre la escritora cuyo nombre coincide e inspira en parte dicho encabezamiento. Sin embargo, y aún no sé si a mi pesar o no, no tengo el placer de conocer a esta autora ni por su personalidad ni por su manejo de las letras. No puedo recomendaros ningún libro suyo, pero puedo utilizar su nombre para dar forma a una idea que me ronda la cabeza, y que me aspen si no me gustaría a mí que algún día alguien pueda utilizar mi nombre de esa forma.
Pero bueno, centrémonos en los que nos trata, que es un tema muy diferente al honor y reverencia, ni que al fin y al cabo fuésemos filósofos griegos en búsqueda de la inmortalidad por el recuerdo. El tema del que quiero hablar es el de la amistad.
Ya sé que he hecho alguna entrada acerca de este tema, e incluso imagino que más de uno estará hasta las mismísimas narices, être en ras de bol, que dirían los franceses. Hasta puedo comprender que los hubiera o hubiese (gran tiempo el pret. anterior) que se salten el resto de la entrada y se vuelvan a la realidad sobre la que también hablo tal vez demasiado a menudo. Sin embargo, supongo que si hablo tanto de la amistad, es precisamente porque me parece que es uno de esos pocos bálsamos que ayudan a superar la triste realidad que nos rodea.
Como en su buen momento dijo Francis Bacon (me ha quedado una rima que me gusta), "La amistad duplica las alegrías y divide las angustias por la mitad". Tiene ese maravilloso poder de hacer que sonrías cuando das la vida por echarte a llorar, el de hacer que se te ponga la cara de tonto al hablar de tu amor sin importarte la imagen que estes dando. La amistad consigue que reconozcamos nuestros defectos ante los demás, y eso hoy en día es practicamente un milagro.
El día a día te pone en contacto con decenas, cientos de personas, y sólo algunas de ellas te llevan a preguntar en serio para saber qué tal les ha ido el día. Y sólo algunos muy contados, los contactos a los que llamas cuando necesitas hablar con alguien, sabiendo que vas a llorar tanto que no te van a entender. Esas personas a las que siempre les coges las llamadas (salvo que evidentemente no te des cuenta de que te están llamando).
Esas son personas a las que merece la pena seguir siempre enganchado, como dijo Shakespeare.
Hay veces, situaciones estúpidas en momentos estúpidos, en los que un comentario igualmente estúpido se malinterpreta. La razón es evidente. El ser humano a veces es un poco estúpido. Bueno, eso y que el idioma es tremendamente falible, y la comunicación, peligrosa. Muchas veces, una frase fuera de lugar puede interpretarse como un ataque, una palabra como una declaración de guerra.
Tal vez los haya que piensen que estoy siendo exagerado, que me estoy pasando, pero que me respondan esos mismo si no les parece igualmente absurdo discutir con un amigo por una broma fuera de tono.
Es cierto que para ser correcto hay que elegir el qué, el cómo y el cuándo correcto, tener en cuenta lo que puede o no sentar mal, y lo que siente la persona que habla. Eso en enfermería, le llamamos empatía.
Y es que, el que ha visto una persona salir adelante y luchar en su vida sabe lo importante que es un apoyo en el que auparse para alcanzar las metas. Por que el que ha disfrutado y disfruta de amigos de verdad, sabe el tremendo peso que puede soportar esa columna, si sabes tratarla bien.
Hoy va el día de citas, y quería añadir una de Louis Pasteur (sí, el de la pasteurización, que no sé por qué la gente le da por atribuirle la penicilina de Fleming) que cita "Los verdaderos amigos tienen que pelearse de vez en cuando", supongo que es parte de nuestra condición humana, de nuestro abrirnos en corazón y mente a otros.
¿Pensáis que soy ñoño y que estoy sobrevalorando la amistad? O no habéis pensado realmente lo que es o nunca habéis sentido una verdadera amistad. En el primer caso os compadezco; en el segundo, aún más.
Y a los que sois mis amigos, os doy las gracias. Por soportarme y por cumplir la misión de olvidar (ehhh, aquí el sentido del título) los momentos tontos, estúpidos y de zorro albino de persia que haya tenido y que queden por venir, porque si no lo reconociese estaría en una de tres, negando la naturaleza humana, ciego a la vida o siendo un mentiroso, y ninguna de las tres me atrae demasiado.
Por que hubo muchos (desde Kurt Cobain a Platón pasando por Luis Vives) que dijeron cosas maravillosas sobre la amistad que merecerían ser mencionadas, pero realmente no lo sientes hasta que piensas en la palabra amigo y se te viene una foto, individual o de grupo, a la cabeza.
Gracias. 

lunes, 4 de febrero de 2013

Barros


Hay días en los que aprendes lecciones de las que no ves el lado bueno. A veces te das cuenta de que no sabes qué hacer para asegurarte la victoria en esa partida de cartas que juegas con la vida, de no mancharte con esos barros que salpican de los charcos de mierda que inundan las calles, y eso te provoca ansiedad y dudas.

Cuando te das cuenta de que da igual cómo de bien conduzcas, porque siempre puede haber un niñato que haga el gilipoyas y te dé el golpe. Cuando comprendes que una tapa de una olla exprés puede salir volando y al más puro estilo “Destino Final” golpearte en una pierna. Cuando te enteras de que da igual cuanto te cuides que siempre va a haber una enfermedad esperando su oportunidad de atacarte. Cuanto te ves herido por aquellos que más quieres. Cuanto descubres que pusiste tu admiración en aquellos que sólo estaban mintiendo, o que confiaste en los que te engañaban.

Cada vez que sientes que se te clava un poquito de frío en el pecho porque el mundo no es exactamente lo que estabas esperando. Cuando te das cuenta de que ese frío es cada vez más pequeño porque vas comprendiendo cómo es realmente el mundo. Cuando el “ponerse en lo peor” se ve sobrepasado por los sucesos de cada día.

Cuando las cosas se ponen cuesta arriba, el dinero no llega y los recibos sí. Cuando el único que se acuerda de ti es el banco, y sus amigos Endesa y Emasesa. Cuando un nuevo político te promete que te ayudará a salir de ésta, sin decirte que de lo que te van a sacar es de tu casa, de tu empresa y del país al que un día te intentaron enseñar a amar.

Cuando, simplemente, pierdes la esperanza en el mundo.

Ese es el día, el momento y el segundo, en el que necesitas aferrarte a algo. En el que tienes que gritar que tú no diste permiso para que nadie jugase contigo. En el que recordar que tu vida vale mucho más que un voto.

Un hombre se levantó en Francia un día soñando con ser libre de la tiranía que lo gobernaba, y se hizo la Revolución Francesa. Un hombre gritó de rabia, y las colonias se independizaron. Un grupo se negó a luchar, y en las armas se pusieron claveles.

Los habrá de nuevo cuya misión en la vida sea derrocar imperios. Los habrá que acabarán con gobiernos corruptos (o lo que es lo mismo gobiernos a secas) y que acabarán con luchas. Los habrá que sean recordados. Y si tú no eres uno de ellos, simplemente utiliza ese momento para hacer tu propia lucha personal contra la tristeza que hay en el mundo.

Es el momento de unirte a los que quieres y ser feliz. De aprovechar esa sonrisa, ese abrazo o ese segundo de mutuo silencio, para resetear el disco duro y olvidar los malos momentos. Es el lugar y el tiempo de echar unas risas, de hacer unas locuras y de vivir cada segundo recordando al mundo que no hay nada imposible si de verdad lo intentas. Es el momento de recordar que no te va a pasar nada por ir al trabajo vistiendo una sonrisa, ir a clase tras darle un beso en la mejilla a tu madre, de tratar bien a la persona que atiendes o de dar las gracias al que te deja espacio para que te agarres en el autobús.

Porque tal vez esa persona también esté en un momento de desesperanza y tú le ayudes a animarse. Porque tal vez el mundo sería menos triste si, en vez de regodearnos y quejarnos de toda la mierda y barro que hay, cada uno limpiase un poquito de lo que tiene a su alrededor.

domingo, 20 de enero de 2013

El ocaso de los ídolos

Bajo los brazos de esta sociedad pura y transparente asistimos de nuevo impasibles al linchamiento mediático del que ayer fuera un ídolo de masas. No seré yo quien rompa una lanza en favor de alguien que lleva años riéndose del sacrificio de tantos deportistas o brindando falsas esperanzas a quienes tanto la  necesitan, pero tampoco hay que llevar la situación hasta el extremo.

Lance Armstrong ha sido el protagonista de una historia idílica sobre el espíritu de superación, de alguien que se ganó su sitio en el Olimpo después de vencer a sus propios Titanes (en su defensa añadiré que no fueron pocos ni fáciles). Una historia, como digo, tan bonita y tan épica que suena a guión de película americana, el hombre que miró a los ojos al cáncer y tras derrotarlo no sólo pudo llevar una vida normal, sino que se alzó con siete Tours de Francia, que se dice pronto. Y es que quizás no sea un símil tan descabellado compararlo con una película, pues al fin y al cabo fue sólo eso un montaje, un montaje en el que a un humilde servidor le hubiera gustado poder creer, pero una farsa a fin de cuentas. 

Una farsa propiciada por la cultura del éxito a toda costa, de pisotear a cuantos sea necesario por lograr los objetivos individuales, arriesgando la salud de todos los que sea necesario. Hablo de médicos que, con perdón de la expresión, se cagan encima del juramento hipocrático cada vez que pinchan a los deportistas cuya salud esta a su cargo, irónicamente. Hablo de competiciones de yonkis, en las que gana el que vaya más hasta las cejas y de deportistas que descubren que yacían muertos en sus habitaciones desde la noche anterior. ¿Hasta dónde hemos llegado? Todas las generaciones hemos crecido con distintos ídolos deportivos, a los niños de mi generación cuando nuestros padres no enseñaban a montar en bici nos decían que teníamos que ser como "Miguelón", a nuestros padres les dijeron nuestros abuelos que tenían que ser como Bahamontes y así...

Yo me pregunto en que momento perdimos los papeles, ya se que casi seguro los antes mencionados también tuvieran sus episodios oscuros pero no obstante hemos llegado a un punto insostenible. La máxima "deporte es salud" se rompe totalmente si añadimos el adjetivo profesional; el deporte profesional es de todo menos sano y esto no es lo realmente preocupante, el deporte profesional no es sino el reflejo de la sociedad. Una sociedad en la que la única meta es el beneficio individual caiga quien caiga, ser el mejor en todo, aplastar a cuantos sea necesario, si alguien tiende la mano pidiendo ayuda lejos de ofrecerle la nuestra le pisamos los dedos para que termine de caer... 

El deporte por tanto solo refleja el ansía de poder (en cualquiera de sus formas), la necesidad de destacar pese a que ello conlleve aplastar al más débil y de eso somos responsables todos a nivel individual. Nos echamos las manos a la cabeza todos y yo el primero con este ocaso de los ídolos (como diría Nietzsche) y sin embargo cada vez que tenemos oportunidad de "pincharle las ruedas" al vecino lo hacemos, algunos más que otros y que conste que me incluyo en esta crítica pues suscribo aquella cita sobre el que este libre de pecado que tire la primera piedra. Yo me animo a tirarla y por supuesto me la tiro a mi mismo, pues si bien es cierto que Lance Armstrong ha sido un deportista nada deportivo amen de un fraude por voluntad propia,  ha construido una historia en la que la sociedad quería creer a toda costa.

sábado, 19 de enero de 2013

 
He pensado que, en estas fechas en las que estamos, probablemente todos vosotros estéis estudiando con más o menos nivel de ansiedad asesina corriendo por vuestras venas. Muchos de vosotros habréis planeado ya de diferentes formas como matar a vuestros amigos invisibles (sí, esos seres o entes que todos imaginamos en época de exámenes para que nos hagan compañía, ya os demostré que los conocía hace tiempo en otra entrada) y habréis encontrado unos cien millones de planes que hacer durante estos días que inutilmente dejaréis para más tarde, a sabiendas de que (igual que me pasa a mí) cuando vayáis a hacerlos resultará que ya no son posibles.
Más de una película del cine quedará sacrificada por unos apuntes cada vez más roñosos y doblados que se acumularán bajo toneladas de pensamientos negros hacia las muy respetables madres de todos vuestros profesores, y muchas cervezas llorarán por no acabar en vuestros estómagos, lugares tan calentitos y confortables para el amargo jugo de cebada.
Por eso, quiero aprovechar que estamos llegando a los 2500 visitas (quién nos iba a decir hace un tiempo que pasaríamos de las 100 y mira ahora...) para desearos la mayor de las suertes, que el esfuerzo que sé que estáis realizando se vea recompensado por unos resultados justos (o al menos con suerte si os estáis dedicando a tocaros lo que dijimos) y que en breve podamos celebrar un nuevo final de exámenes consiguiendo que la cerveza deje de llorar, que pobrecita al fin y al cabo, ella no se lo merece.
Y también os deseo paciencia con vuestros amigos imaginarios, tened en cuenta que ellos os lo aguantan todo, y ¡nunca le contarán vuestros secretos a nadie! Y si aún así os cansáis de ellos, estaré encantado de escucharos yo (a no ser que habléis sireno como en El Cáliz de Fuego, en cuyo caso su sonido me reventaría los tímpanos y no me haría ninguna ilusión llegar a Urgencias echando sangre por los oídos. Para casi todo lo demás, Carlos Card).
 
Por cierto, si alguno se harta de estudiar y decide echar algún rato en algo inútil, podréis comprobar que en la película "Las Cuatro Plumas" (que no es nada de porno gay, que conste, si no una película de las guerras coloniales británicas) se canta parte de la canción de Shakira el Waka Waka mientras unos negros saltan y bailan con aspecto de monjas tibetanas poseídas por el espíritu de un mosquito anósfeles macho cojo.
 
Os volveré a saludar pronto, la próxima vez con algo más "artístico", y por qué no a lo mejor adelantando algo de mis proyectos futuros.

jueves, 10 de enero de 2013

Los miserables (no spoilers)


Hola a todos, de nuevo, y dicho sea de paso y con retraso, feliz año 2013. Ahora que hemos sobrevivido al holocausto maya y a las primeras navidades con los gobiernos general y autonómico actuales, toca mirar para adelante y hacer planes de futuro.
Ya que estamos tan cerca de las 2500 visitas, me pareció que vuestra fidelidad merecía ser premiada más a menudo, o al menos que deberíamos de daros algo más de deberes y lectura que hacer. Sin embargo, ¿cómo escribir más sin hartaros con nuestras divagaciones de siempre?
La respuesta me llegó felizmente mientras disfrutaba de "Los Miserables", gran película, mejor musical y excelente ambientación de una de las mayores obras que se han producido en la literatura francesa. Mientras me deleitaba con esos momentos de historia viendo a Russell Crowe en un papel genial, pensé que tenía ganas de escribir, que algunas de las canciones me contagiaban una sensación de ganas de moverme y de hacer algo mucho mayores que los discursos de muchas plataformas anti-injusticias de las que se ven hoy en día. Y pensé que, aunque no tenía ninguna entrada preparada, tenía una oportunidad tan buena como otra cualquiera para hacerlo. Tenía algo que contar.
Puede que esta entrada no vaya a ser la más currada en cuanto a forma y vocabulario, ni la que tenga más denuncia social, sentimientos expresados ni ninguna otra cosa, pero es tan auténtica como cualquier otra.
Tal vez, esto esté provocado por la sencillez con la que he visto a los personajes de esta película que espero gane muchos premios en este nuevo año. O puede que sólo se deba a que me siento, en cierta forma, feliz por haber podido enterarme bien de la historia (hasta ahora sólo había leído una adaptación escolar en francés, que no había entendido y que me había dejado sin ganas de volver a sumergirme en la historia) pero hoy he llegado con ganas de ponerme ante las teclas y de imaginar que los que veáis estas palabras vais a contagiaros un poco de esas ganas de crear algo que me invaden. No una gran obra maestra, ni siquiera una pequeña obra. Sólo algo.
Habrá momentos y lugares para crear grandes novelas e historias que trasmitan pasiones, pero hay días y veces en los que se busca crear por crear. Es esa misma sensación que te invade cuando coges un lápiz o un boli y empiezas a trazar líneas sin sentido encima de una hoja de papel. Te da igual lo que salga, porque en lo profundo sabes que salga lo que salga va a ser algo tuyo.
Tal vez hoy no sea el momento de hacer denuncia social. Tal vez no sea el momento de decir que, si no hacemos algo con el mundo que nos rodea, todos acaberemos siendo miserables. Puede que tampoco sea el momento de expresar sentimientos, ni de decir que entre mis amigos, mi familia y mi "viejuna" consiguen hacerme ser feliz como el que más, aunque mis amigos estén un poco perdidos ultimamente (o sea yo el que se pierde, que nunca se sabe), que consiguen hacerme ver este mundo humano y con remedio.
Es posible que no sea el momento de nada de eso, o que sea el momento más indicado y nunca lo llegue a saber.
Por ahora, me parece el momento perfecto para demostrar que no me olvido de que tenemos un blog, y para agradeceros las casi 2500 visitas que llevamos. Me parece un momento perfecto para lanzaros un saludo. Y me parece un extraordinario momento para escribir, por qué no, simplemente por escribir.
 
Posdata: Aclarar, que del primer párrafo, me preocupaba mucho más lo segundo que lo primero. Al menos los mayas preveían un final en un día, no en cuatro años.