Mi sangre en palabras.
Ríos de tinta que sueños surcaban,
Muertes, recuerdos, batallas
Y un lugar donde narrarlas

jueves, 4 de julio de 2013

Historias de enfermería - 2

 
Ahora que se ha terminado lo que se daba y la carrera se ha quedado atrás, me doy aún más cuenta si cabe de lo que han significado para mí algunas de las personas que me he encontrado en el camino hasta alcanzar esta meta.
 
Una de ellas ya la presenté el otro día, aunque más bien fue una familia entera. Esta vez quiero hablaros sobre alguien que para mí fue, durante un buen tiempo, algo más que un paciente. Y es que se convirtió prácticamente en un amigo.
 
Esto, a veces es muy peligroso. Lo es por la alta carga emocional que puede llegar a suponer tener que hacer en ocasiones cosas incluso dolorosas a alguien con quien tienes cierto vínculo de afecto. Pero es algo que se hace inevitable cuando compartes miércoles, jueves y viernes durante cuatro meses con una persona que se muestra cercana, que disfruta de tu compañía y que se interesa por ti.
 
Ese fue el caso de Hugo. Si su nombre es verdadero o no, nunca lo sabréis. Yo sé el verdadero nombre, y dudo mucho que alguna vez se me olvide, porque esos son los detalles que la vida te va dejando grabados en el cerebro.
 
Recuerdo perfectamente cuándo fue la primera vez que vi a ese chaval delgado, sevillista a más no poder (algún defectillo tenía que tener el chaval, qué se le va a hacer) sonriente y bromista mientras esperaba a que un médico llegase y le dijese si había ido al hospital para nada o porque tenía una enfermedad altamente mortal. Imaginaros mi impresión cuando ese chaval (que no llegaba a los treinta) sonrió al médico que le dio la mala nueva y le preguntó "¿y con el tratamiento cuándo empezamos?"
 
Era mi segundo día de prácticas de verdad en mi vida. El segundo en el servicio de hematología del general. Y recuerdo que pensé claramente "O está loco o tiene los huevos más grandes que he visto nunca" Y creedme, de loco nada.
 
Lo que ese chaval irradiaba no era locura, era alegría. Una fuerza vital increíble que lamentablemente la quimio le fue quitando poco a poco, aunque se seguía percibiendo esa alegría y esa forma de aferrarse a la vida y los pequeños detalles.
 
Recuerdo perfectamente que me daba igual si estaba con la enfermera que le llevaba o no, porque mi compañera Carmen y yo acabábamos todas las mañanas charlando un rato con Hugo de cualquier tema, del fútbol, de comida, de amigos...
 
Sería mentira decir que, como todo paciente oncológico, no tuvo sus días malos. Los hubo con fiebre, con mucositis y con un cansancio tan fuerte que no se sentía con fuerzas ni para hablar. Pero si un viernes estaba así, al miércoles siguiente estaba otra vez con ganas de charlar. O de quejarse, como cuándo descubrió que la comida del hospital había conseguido que su amor por las hamburguesas (sí, amor auténtico) se convirtiese en asco cada vez que veía una (aunque puedo asegurar que la comida del infantil no está nada mal).
 
Para que os hagáis una idea, a Hugo lo conocían hasta los otros pacientes de la planta, a pesar de que salvo dos semanas el resto del tiempo se lo pasó en una habitación de aislamiento para protegerle de las infecciones. Y es que él (así como toda su familia) tenían un carácter muy curioso que resultaba agradable de conocer. Hasta el punto de que Bernabé (un hombre bueno, pero bueno, y fuerte, pero fuerte) se echase a llorar al enterarse de que Hugo estaba con una fiebre muy fuerte por culpa de la quimioterapia.
 
Finalmente llegó el día en que terminé mis prácticas. Y me fui de la unidad, aunque siguiese pasándome por allí de ven en cuando. Y como con muchos otros pacientes de esa planta (aunque no todos) perdí completamente el contacto, sin saber nada más de él. Nada, hasta que un día quiso la casualidad que entrevistasen a su madre en un programa de la tele preguntándole cómo iba a pasar sus vacaciones de navidad. Y así fue, por lo que ella dijo, cómo me enteré de que Hugo había fallecido hacía poco más de un mes.
 
Tal vez os preguntéis si todos los casos que voy a narrar acaban en muerte y penas. No, afortunadamente no es una constante universal en esta profesión que si no sería un foco de depresiones. Pero si es verdad que muchas historias, para bien o para mal, terminan así. Y es verdad que muchas veces, estos casos son los que más te hacen madurar, y los que más te hacen comprender muchas cosas de la vida.
 
Continuará...