A veces me siento un poco desorientado en los
tres planos de la realidad; persona, tiempo y espacio.
Me doy cuenta cuando me encuentro buscando,
buscando cosas que hacer, formas de vivir, heridas que lamer, y me doy cuenta
cuando veo que las encuentre o no me va a dar igual porque voy a seguir sin
saber del todo qué hacer para ser más feliz, porque voy a seguir sin saber si
quiero saberlo o quiero que mi vida continúe como hasta el momento, con la
cantidad de felicidad suficiente como para agradecer cada mañana que llega pero
sin que me enturbie el resto de los sentidos.
Esas veces me dejo llevar por la imaginación y la
locura a partes iguales, y dejo que mi subconsciente me muestre algunas
imagines casi absurdas pero increíblemente reales, de aquello y aquellos a los
que quiero y a los que sigo queriendo en mi vida mientras ésta dure. A veces,
esta reflexión me devuelve a la orientación adecuada, otras me sigo perdiendo
en un estado de incomprensible conformismo positivo en el que me doy cuenta de
todo aquello que me hace sonreír cuando me acuesto igual que cuando me levanto.
Eso que puede ser un día en la playa con la
compañía adecuada (independientemente de sus consecuencias para la salud), una
chapa de Harry Potter o un partido de fútbol mientras mantengo conversaciones
semi-existencialistas.
Y lo peor, o lo mejor, es que esos pequeños
instantes de despiste en los que mi cerebro desconecta de la vida y descubre lo
maravillosa que puede llegar a ser, son muchos a lo largo del día, y los
momentos que me vienen a la cabeza en esos ratos de electroencefalograma
prácticamente plano, esos instantes que me hacen sonreir, dejar de bucar
heridas (o en días como hoy quemaduras) para autocompadecerme, son cada vez más
frecuentes y duraderos.
Aunque, y esto es de agradecer, también sigo
teniendo mis momentos de autocompasión y duda existencial. Ya que al fin y al
cabo, eso también forma parte de la oferta de emociones y sentimientos que
tenemos a nuestra disposición, más variados que el catálogo de colores de Benetton o los modelos de zapatillas del Decathlon.
Y si no, que se lo pregunten a mi cada vez más
amigo Wall-e, y él ya se acordará de recordárselo con su frase más famosa ("Eeeeevaaaa") que nos viene a recordar que a veces lo más importante puede ser la persona de nuestro lado.