Mi sangre en palabras.
Ríos de tinta que sueños surcaban,
Muertes, recuerdos, batallas
Y un lugar donde narrarlas

sábado, 29 de junio de 2013

Agradecimiento a la familia


 
Con motivo de mi graduación quise (y tuve la oportunidad finalmente) de escribir algo, unas pequeñas líneas, en agradecimiento a aquellos que más nos dan y a quienes más les debemos. La verdad es que el momento quedó emotivo, en gran parte gracias a que mi gran compañero Kon estuvo genial con el teclado, demostrando que además de un gran amigo apunta para ser un gran pianista.
 
En general, fue un día lleno de emociones y momentos que rememorar de los que hacen que se salten las lágrimas en el momento (incluso a más de uno también después), en el que celebrar los cuatro años que hemos compartido día a día, en el que ver como las sorpresas que habíamos preparado con tanta ilusión iban desvelándose una a una ante los ojos de nuestros compañeros, y ante todo, amigos.
 
No voy a hacer un nuevo discurso que poner aquí, sinceramente tampoco me apetece hacerlo. Prefiero guardar esa inspiración para otras entradas, y algún que otro proyecto de más ambición. Sin embargo, quiero compartir con vosotros las líneas que escribí. Tal vez os guste leerlas, tal vez os haga ver lo que yo sentía y pensaba al escribirlas y, quizás, después de leerlas decidáis agradecer a vuestra familia todo lo que hace, ha hecho y va a hacer siempre por todos vosotros.
 
 
 
Como hemos dicho, estamos aquí para celebrar un cambio. Para recordar que hemos pasado los últimos cuatro años creciendo, madurando como personas y formándonos como profesionales. Gracias a nuestro trabajo, al esfuerzo de nuestros profesores y a la paciencia de los tutores clínicos. Pero, sobre todo, gracias a vosotros.
Porque habéis hecho posible que estemos hoy aquí. Habéis sido padres, madres, abuelos, hermanos, parejas e incluso algún hijo, que nos habéis llevado día a día en volandas incluso cuando ni nosotros mismos nos aguantábamos. Habéis sido nuestro apoyo en muchas ocasiones, la vía de escape de los pacientes que nos llevábamos en la cabeza y de las enfermeras que nos sacaban de quicio. Habéis aguantado llantos histéricos antes de los exámenes, malas respuestas después de haberlos hecho.
Habéis escuchado temas, trabajos, y probablemente os sepáis mejor que nosotros el TFG. Nos habéis ayudado a sacar más cosas en claro de nuestras prácticas que el diario, con la simple pregunta de “¿Cómo te ha ido hoy?” Os habéis mantenido ahí, siempre a nuestro lado.
Y es que, desde siempre, habéis sido un apoyo, un ejemplo y una guía a la que aferrarnos cuando dudamos de las cosas. Habéis sido nuestros enfermeros y enfermeras cuando necesitábamos mimos, nuestros maestros de la vida y todo aquello que hemos podido necesitar en cualquier momento.
Y, todo eso, es lo que nos ha traído hoy hasta este momento. Hoy, todos nos dan la enhorabuena y nos mandan a un futuro del que no sabemos nada. Nada, salvo que vosotros estáis ahí para ayudarnos en todo lo que nos haga falta, y eso nos hace salir al mundo mucho más tranquilos.
Porque hoy, mientras políticos y sindicatos nos dan la espalda, vosotros nos dais la mano y todas vuestras fuerzas. Porque, mientras que la gente nos dice lo equivocados que estamos según ellos por coger esta carrera, mientras escuchamos calificar de error la decisión más importante de nuestra vida, vosotros nos apoyáis y no sólo nos decís que seremos capaces de cualquier cosa, sino que hacéis que nos lo creamos. Porque, mientras muchos nos dicen que nos vayamos al extranjero, que lo dejemos todo y a todos, argumentando que somos jóvenes y que haremos nuevos amigos, vosotros nos recordáis que si nos vamos y queremos volver siempre tendremos aquí una casa, la nuestra.
Porque, mientras que el mundo nos desanima y nos anuncia que sólo hay paro y contratos basura, vosotros nos decís que el futuro es nuestro. Porque conseguís que mantengamos la ilusión, la alegría, la cordura y la esperanza.
Por todo eso y por muchas más cosas que podría seguir diciendo y no parar jamás. Por todo eso, mientras hoy todos nos dan la enhorabuena, nosotros, queremos daros las gracias.


martes, 18 de junio de 2013

Noticias


Desde hoy podréis encontrarnos, además de en Twitter como hasta ahora, en el perfil de Facebook del blog (Mi Sangre En Palabras).
 
Además, queremos daros la posibilidad de, si os apetece, participar en el blog no sólo leyéndonos si no también formando parte de él. Por ello, si queréis recomendar un libro para nuestra sección dedicada al tema, o pensáis que algún autor merece una mención especial, mandarnos un correo a la dirección web (mi.sangre.en.palabras@gmail.com). Igualmente, si estáis especialmente inspirados y queréis compartir algo que hayáis escrito vosotros, mandarla igualmente a la misma dirección añadiendo el título y nombre de autor con el que queréis que se publique. Cada cierto tiempo, normalmente un par de meses, haremos dejaremos unos días en los que serán vuestras entradas las que aparezcan.
 
Esperamos vuestros correos.

lunes, 17 de junio de 2013

Tic-toc



De vez en cuando me resulta extraño pensar en lo rápido que pasa el tiempo. Me parece que fue hace nada cuando corría por el patio del María Madre de la Iglesia celebrando que habíamos ganado la copa de fútbol de primero de primaria, y hoy me siento  escribir delante del ordenador, mientras hago la cuenta atrás mental para el día de mi graduación.

Dicen que el tiempo corre. Pero no tiene piernas, el tiempo vuela. Y dicen que según creces, vuela aún más rápido. Todo el mundo suelta lo mismo: No sabes lo rápido que va esto hasta que tienes niños… Miedo me da, entonces.

Porque, si me pongo, soy capaz de recordar perfectamente infinitud de momentos que, para bien o para mal, han quedado ya atrás. También hay algunos que sigo llevando conmigo, pero por lo general, esos sólo son los verdaderamente importantes.

El mundo, la vida, te van quitando poco a poco un tesoro que tienes y que no sabes que posees hasta que, injustamente, te han arrebatado ya parte de él. El tiempo, exactamente. Ese intercambio es constante, la vida te quita tiempo y a cambio te da un millar de cosas, de vivencias y de gente con quien llevarlas a cabo. Te pone en tu camino personas maravillosas…y otras que podrían haberse quedado en sus casas sin que hubiese perdido gran cosa la inteligencia humana. Pero todas ellas adquieren un sentido, en cuanto que forman parte de lo que vives.

Las personas que se cruzan en tu camino, o las que precisamente forman parte del mismo. Las decisiones que te llevan a vivir de una forma o de otra, aquí o allí, con ese alguien especial que a veces se encuentra donde menos te lo esperabas.

Esas páginas, esos capítulos de nuestra vida que se llenan con las intervenciones de otros. Y ese hueco que ocupamos nosotros en su vida, eso es lo que realmente hace que valga la pena la mayoría de las cosas que pasan. O lo que puede explicar otras que parecían incomprensibles.

Y es que, el tiempo, cómo no el tiempo, es uno de los mayores enigmas. No es nada físico, pero es explicación para muchas cosas. Y es, por ejemplo, un nivel de tu calidad de vida. Y eso es con lo que voy a cerrar hoy, explicando por qué esta dilación tan extraña me ha traído hoy hasta aquí.

El tiempo es el mejor ejemplo posible de la teoría de la relatividad. Lo rápido que puede pasar una comida con la familia, una tarde con amigos o un año con la persona amada, y lo lenta que se hace una hora de bioestadística a las 2 de la tarde en pleno mes de junio. Porque como decía al principio, el tiempo vuela. Sí, pero sólo cuando las cosas te son agradables y quieres disfrutar cada segundo. Si tu vida va lenta, puede que vaya carente de ilusión y que debas buscar algo que te haga vivir con más ganas y sonreír, sin remedio, al ver lo rápido que te ha pasado un nuevo día.

Por eso, y ya acabo, me voy a permitir querido lector que me aguantas, darte un humilde consejo. Si notas que tu vida va rápido y que los días y las horas pasan volando, no te amargues porque se te escape entre los dedos. Alégrate, porque tu vida está siendo interesante y, probablemente, tengas la misma suerte que yo, al compartirla con personas maravillosas.

 

 

sábado, 8 de junio de 2013

De vuelta

 
Bum-bum. Un temblor, una vibración que te sacude el pecho y llega para darte cuenta de lo vivo que estás. Bum-bum. Si te fijas, percibes como se mueve el corazón, primero las aurículas, después los ventrículos. Bum-bum. Su ritmo, su frecuencia.
 
Lleno, vacío. Tu esternón se mueve, se llena de aire tu tórax y se vacía lentamente. Con cada bocanada, el aire fresco llega de tu nariz a tus pulmones; de tu boca, a todo ti. Notas como te llenas de vida y como la devuelves cada vez que espiras.
Y a la vez, ahí sigue tu corazón. Bum-bum, bum-bum.
 
Si te fijas de nuevo en él, puedes notar como su vibración se extiende, como su pulso circula por tus arterias y como tu sangre recorre el organismo que te forma. Empiezas a notar su paso por las piernas, por los pies.
Y los pulmones se siguen llenando. Y sigue el bum-bum.
 
El sol. Sientes como acaricia tu cara a través de la ventana. Notas como calienta tu piel, un suave hormigueo, casi como si percibieses a tu melanina acumulándose en ella, poniéndote moreno poco a poco.
La piel bajo la que late tu pulso. La que recubre tu tórax, que se sigue llenando. Y en él, se mantiene el bum-bum.
 
Tu cama. Su tacto suave, en los brazos, en las manos. Casi crees que puedes diferenciar cada una de las fibras que componen tu sábana, tu colcha. Notas la presión, tu propio peso sobre el colchón. Notas como tu piel capta todo eso, mientras hormiguea por el sol. Y el pulso prosigue, junto a la respiración. Y en el fondo, el bum-bum.
 
Oyes un sonido. Una palabra desde otra habitación, el agua de una tubería, que discurre como la gota de sudor que resbala por tu piel, la que siente tu pulso. Y escuchas tu respiración, que ya no sólo entra y sale, si no que además suena. Y cuando escuchas todo lo de fuera, lo oyes a él también. Bum-bum.
 
Aún no has abierto los ojos, mantienes en la cabeza esa última imagen que has visto. Ese campo de trigo mecido al viento, ese mar en calma o ese bosque escondido. Ese planeta del tesoro, tierra de las sorpresas o casa de lo inesperado. Tu templo, tu lugar secreto.
Sabes donde volver a encontrarlos, sólo tienes que volver a salir a buscarlos... dentro de ti. Cerca de él, de ese bum-bum.
 
Y finalmente, los abres. Y vuelves a ver el techo, vuelves a contemplar tus vellos casi de punta, tu tórax que sube y baja. Y de fondo, el bum-bum que nunca para.
Y te despiertas del todo. Porque ya estás de nuevo listo, has vuelto a notar que tienes en ti todo lo necesario para volver a enfrentarte a todo. Porque estás vivo. Porque sigue el bum-bum.
 
(Vuelta a la realidad tras una relajación por visualización)

miércoles, 5 de junio de 2013

Historias de enfermería - 1


Sinceramente, esta es la entrada que quería escribir y que no iba a publicar. Al menos no por ahora. Creo, o más bien estoy seguro, de que la acción combinada entre el blog de mi amigo Manu, la sensación tan grata que me dejó la última entrada y el final de la carrera han provocado que un pequeño coctel se haya puesto en marcha y me haya bebido al final unas ganas tremendas de contaros uno de los primeros casos que me han llamado la atención.
 
Había pensado como alternativas contaros como he dejado que mi mente se fuese por mil derroteros o hacer un par de apreciaciones sobre el paso del tiempo... pero siendo realistas, esto es lo que quiero escribir (y además, cuando releo las otras opciones cada vez me gustan menos).
 
Pues bien, ahí va esa historia.
 
Tenéis que ubicaros en mi primer año de prácticas, es decir, segundo de carrera. En una unidad donde la mitad de los pacientes pasaban en algún momento por cuidados de alta complejidad, muchas de las veces de tipo paliativo. Y donde casi todo los días aprendías una lección nueva sobre lo injusta que es la vida (como dicen en el servicio en el que estoy ahora, la hija puta de la vida siempre se ceba con los mismos).
 
Ese año coincidí con varios pacientes de los que te dejan marcado. Algunos sé que ya no están y que ahora descansan más que lo que soñaban siquiera hace unos años. Otros me los sigo encontrando y soy feliz al ver que aún se acuerdan (positivamente además) de mí. Pero el caso del que quiero hablar hoy no es el de un paciente si no el de su hijo. Y como me apetece guardar un poquito de la historia para mí, vosotros sabréis de él un dato que es mentira, pero que me viene bien para relataros la historia. Su nombre, pongamos que era Curro.
 
Los orígenes de su familia eran claramente pobres, pero llevados con su toque de orgullo y con mucho sacrificio, que habían permitido a la familia, a base de mucho trabajo, salir de una situación muy apretada y vivir de una forma un tanto aceptable. Curro había tomado el papel de hijo pródigo, se había ido de casa y se había peleado con su padre, el que mandaba y al que había desafiado claramente.
 
Sin embargo, el hijo pródigo volvió. No porque se hubiese gastado todo lo que tenía. Si no porque su padre era el que se consumía por una enfermedad que lo devoraba por dentro. Su regreso no fue del todo como se podría soñar, su padre no se lo terminaba de perdonar y el resto de su familia tampoco ayudaba demasiado. Cada vez que había una discusión, Curro acababa en el pasillo, la mayoría de las veces hablando con nosotros y más concretamente con los estudiantes.
 
Cuatro meses ingresado da para que el hijo de un paciente pase a saludarte cada vez que apareces por la planta, a desearte buen día cuando te vas, a que te ofrezca cuando aparece por la planta con chacina o para que te pregunte de vez en cuando cómo te va todo. Y mientras, te cuenta su vida.
 
No voy a entrar en detalles sobre los aspectos que me contó, lo considero que entra dentro de la confidencialidad enfermero-paciente. Pero la verdad es que ocurrió esa cosa tan maravillosa de que una persona que no te conoce de nada confíe en ti hasta el punto de abrirse y contarte sus penas y sus ilusiones. Y la verdad es que me sentí bastante realizado el día en que, hablando con el padre (con el que también me llevaba bastante bien), los tuve a los dos al lado charlando un rato sin discutir de tonterías (como si llevaba bien o mal puesta la mascarilla de oxígeno, lo hortera o no de la camiseta del chaval, que era como se iniciaban la mayoría de discusiones entre el paciente, de 70 años, y su hijo de más de 30).
 
Finalmente, el día llegó. Y fue la semana en la que terminaba mis prácticas en la planta. Llegué un día a las ocho y me lo dijeron, "esta madrugada ha fallecido el 13.1" Es curioso como se te queda un número de habitación cuando asocias el lugar a la persona que lo ocupaba. De repente, de dentro de la habitación salió Curro, llorando. Y se vino para mí. Y me abrazó. Aún sacó entereza para dejar de llorar y darme las gracias por todo lo que había hecho por su padre, por lo bien que lo habíamos tratado y por lo a gusto que había estado con nosotros siempre. Y también me dio las gracias, a mí, por haberle escuchado a él.
 
En ese mismo momento, Curro se fue de la planta y no volví a verlo hasta dos años más tarde, cuando el destino trajo hasta mí a una chica de quince años con el dedo echando sangre a urgencias de trauma. Y fue muy curioso cuando vi que sus acompañantes eran su tío abuelo y su tío, que no era otro que Curro.
 
Y me reconoció. Me saludó con un abrazo y estuvo hablando conmigo varios minutos. Lo que me contó me gustó sólo en parte. Aún lo seguía pasando mal en muchos momentos, y no podía entrar al hospital a darle las gracias al equipo de enfermería por todo lo que pasó (ahí me enteré de que yo era el único con el que había hablado esa mañana) porque se le venía el mundo encima de pensar siquiera en entrar en el servicio. Me comentó que aún bebía más de lo que debía. Es lo que en enfermería llamamos duelo disfuncional.
 
Sin embargo, me confesó que desde que todo había pasado se había vuelto a unir a su familia, con los que ahora mantenía mejor relación. De nuevo se fue del servicio en el que yo estaba, esta vez tras prometerme que, en honor a su padre, y en responsabilidad para con su hija, iba a dejar la bebida y a centrarse más.
 
Desde entonces no sé nada de él, aunque teniendo en cuenta los servicios en los que he estado (UCI de trauma y onco del infantil) tal vez sea buena  noticia, pero su historia me sigue viniendo una y otra vez a la cabeza, como tantas otras.
 
Y muchas veces me pregunto si habrá cumplido su promesa, por su padre y por su hija, y habrá vuelto a vivir de una forma que no te vuelva loco. Porque el recuerdo de los que se han ido es para sacar fuerzas y recordarles con cariño, no para que te ancles a los recuerdos y dejes de vivir tu vida. Porque eso no es lo que ellos querrían para nosotros.
 
Y desde que conocí la historia de Curro, cada vez que me enfado con mis padres por cualquier tontería me acuerdo de ellos, y me doy cuenta de que prefiero aprovechar el tiempo que malgastarlo con riñas absurdas.