De vez en cuando me resulta
extraño pensar en lo rápido que pasa el tiempo. Me parece que fue hace nada
cuando corría por el patio del María Madre de la Iglesia celebrando que
habíamos ganado la copa de fútbol de primero de primaria, y hoy me siento escribir delante del ordenador, mientras hago
la cuenta atrás mental para el día de mi graduación.
Dicen que el tiempo corre. Pero
no tiene piernas, el tiempo vuela. Y dicen que según creces, vuela aún más
rápido. Todo el mundo suelta lo mismo: No sabes lo rápido que va esto hasta que
tienes niños… Miedo me da, entonces.
Porque, si me pongo, soy capaz de
recordar perfectamente infinitud de momentos que, para bien o para mal, han
quedado ya atrás. También hay algunos que sigo llevando conmigo, pero por lo general,
esos sólo son los verdaderamente importantes.
El mundo, la vida, te van
quitando poco a poco un tesoro que tienes y que no sabes que posees hasta que,
injustamente, te han arrebatado ya parte de él. El tiempo, exactamente. Ese
intercambio es constante, la vida te quita tiempo y a cambio te da un millar de
cosas, de vivencias y de gente con quien llevarlas a cabo. Te pone en tu camino
personas maravillosas…y otras que podrían haberse quedado en sus casas sin que
hubiese perdido gran cosa la inteligencia humana. Pero todas ellas adquieren un
sentido, en cuanto que forman parte de lo que vives.
Las personas que se cruzan en tu
camino, o las que precisamente forman parte del mismo. Las decisiones que te
llevan a vivir de una forma o de otra, aquí o allí, con ese alguien especial
que a veces se encuentra donde menos te lo esperabas.
Esas páginas, esos capítulos de
nuestra vida que se llenan con las intervenciones de otros. Y ese hueco que
ocupamos nosotros en su vida, eso es lo que realmente hace que valga la pena la
mayoría de las cosas que pasan. O lo que puede explicar otras que parecían
incomprensibles.
Y es que, el tiempo, cómo no el
tiempo, es uno de los mayores enigmas. No es nada físico, pero es explicación
para muchas cosas. Y es, por ejemplo, un nivel de tu calidad de vida. Y eso es
con lo que voy a cerrar hoy, explicando por qué esta dilación tan extraña me ha
traído hoy hasta aquí.
El tiempo es el mejor ejemplo
posible de la teoría de la relatividad. Lo rápido que puede pasar una comida
con la familia, una tarde con amigos o un año con la persona amada, y lo lenta
que se hace una hora de bioestadística a las 2 de la tarde en pleno mes de
junio. Porque como decía al principio, el tiempo vuela. Sí, pero sólo cuando
las cosas te son agradables y quieres disfrutar cada segundo. Si tu vida va
lenta, puede que vaya carente de ilusión y que debas buscar algo que te haga
vivir con más ganas y sonreír, sin remedio, al ver lo rápido que te ha pasado
un nuevo día.
Por eso, y ya acabo, me voy a
permitir querido lector que me aguantas, darte un humilde consejo. Si notas que
tu vida va rápido y que los días y las horas pasan volando, no te amargues
porque se te escape entre los dedos. Alégrate, porque tu vida está siendo interesante
y, probablemente, tengas la misma suerte que yo, al compartirla con personas
maravillosas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario