Hay días en los que aprendes
lecciones de las que no ves el lado bueno. A veces te das cuenta de que no
sabes qué hacer para asegurarte la victoria en esa partida de cartas que juegas
con la vida, de no mancharte con esos barros que salpican de los charcos de
mierda que inundan las calles, y eso te provoca ansiedad y dudas.
Cuando te das cuenta de que da
igual cómo de bien conduzcas, porque siempre puede haber un niñato que haga el
gilipoyas y te dé el golpe. Cuando comprendes que una tapa de una olla exprés
puede salir volando y al más puro estilo “Destino Final” golpearte en una
pierna. Cuando te enteras de que da igual cuanto te cuides que siempre va a
haber una enfermedad esperando su oportunidad de atacarte. Cuanto te ves herido
por aquellos que más quieres. Cuanto descubres que pusiste tu admiración en
aquellos que sólo estaban mintiendo, o que confiaste en los que te engañaban.
Cada vez que sientes que se te
clava un poquito de frío en el pecho porque el mundo no es exactamente lo que
estabas esperando. Cuando te das cuenta de que ese frío es cada vez más pequeño
porque vas comprendiendo cómo es realmente el mundo. Cuando el “ponerse en lo
peor” se ve sobrepasado por los sucesos de cada día.
Cuando las cosas se ponen cuesta
arriba, el dinero no llega y los recibos sí. Cuando el único que se acuerda de
ti es el banco, y sus amigos Endesa y Emasesa. Cuando un nuevo político te
promete que te ayudará a salir de ésta, sin decirte que de lo que te van a
sacar es de tu casa, de tu empresa y del país al que un día te intentaron
enseñar a amar.
Cuando, simplemente, pierdes la
esperanza en el mundo.
Ese es el día, el momento y el
segundo, en el que necesitas aferrarte a algo. En el que tienes que gritar que
tú no diste permiso para que nadie jugase contigo. En el que recordar que tu
vida vale mucho más que un voto.
Un hombre se levantó en Francia
un día soñando con ser libre de la tiranía que lo gobernaba, y se hizo la
Revolución Francesa. Un hombre gritó de rabia, y las colonias se
independizaron. Un grupo se negó a luchar, y en las armas se pusieron claveles.
Los habrá de nuevo cuya misión en
la vida sea derrocar imperios. Los habrá que acabarán con gobiernos corruptos
(o lo que es lo mismo gobiernos a secas) y que acabarán con luchas. Los habrá
que sean recordados. Y si tú no eres uno de ellos, simplemente utiliza ese
momento para hacer tu propia lucha personal contra la tristeza que hay en el
mundo.
Es el momento de unirte a los que
quieres y ser feliz. De aprovechar esa sonrisa, ese abrazo o ese segundo de
mutuo silencio, para resetear el
disco duro y olvidar los malos momentos. Es el lugar y el tiempo de echar unas
risas, de hacer unas locuras y de vivir cada segundo recordando al mundo que no
hay nada imposible si de verdad lo intentas. Es el momento de recordar que no
te va a pasar nada por ir al trabajo vistiendo una sonrisa, ir a clase tras
darle un beso en la mejilla a tu madre, de tratar bien a la persona que
atiendes o de dar las gracias al que te deja espacio para que te agarres en el
autobús.
Porque tal vez esa persona
también esté en un momento de desesperanza y tú le ayudes a animarse. Porque
tal vez el mundo sería menos triste si, en vez de regodearnos y quejarnos de
toda la mierda y barro que hay, cada uno limpiase un poquito de lo que tiene a
su alrededor.
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